Empecemos con una aclaración. El buen humor no es felicidad. Pero el buen humor es una de las manifestaciones más características de ella. El buen humor se expresa en todo nuestro cuerpo y es una de las pocas cualidades que separan al ser humano del reino animal. Reírse con franqueza y espontaneidad, además de ser un tranquilizante “sin efectos secundarios”, es un puente que nos acerca a los otros y, por lo general, aparece en momentos que sentimos empatía, generosidad, amabilidad y en los que damos muestra de una buena educación.
Se excluye de esta descripción el falso humor, aquel que es negativo y que utiliza la burla, el menosprecio, el sarcasmo y el insulto para hacer reir a los demás a costa de una víctima.
Por otra parte, el humor es un signo de inteligencia, que se pone a prueba de manera absoluta cuando las cosas van a mal. Recuerdo la inolvidable película italiana “La vita è bella”, en la que Roberto Benigni (1999) -ganador del oscar por esa actuación- nunca perdió el buen humor con sus compañeros prisioneros, en especial de manera conmovedora frente a su hijo, mientras padecían el cruel sufrimiento de un campo de concentración. Si se intentara definir el buen humor se podría decir que es un recurso del lenguaje -acciones, palabras, escritura, imágenes o música- para provocar una sonrisa o una risotada (Rodríguez, 2008); y así, aceptar la realidad y a uno mismo, remontar las adversidades y, por si fuera poco, también es una herramienta poderosa para enseñar y aprender (Tamblyn, 2009).
Antiguamente se escuchaba de nuestros mayores que a alguien “le subió la bilis del coraje”, o como se escucha en la canción “me sube la bilirrubina cuando te veo y no me miras”. Y es que “humor” proviene de la palabra latina “umor” que significa “fluido”. Y, cuando había en exceso cualquiera de los cuatro líquidos que se creían tenía un cuerpo, era inmediatamente relacionado con un estado de ánimo. Así, si una persona era muy vehemente se le drenaba un poco de sangre para apaciguarla. El exceso de flema estaba relacionado con la pereza, la profusión de bilis negra con la tristeza y la secreción abundante de bilis amarilla (bilirrubina) con el mal carácter (Gómez de Silva, 2016). Me atrevería a decir, corriendo el riesgo a equivocarme, que el mal humor está muy relacionado a la no aceptación, a un fallido proyecto de vida, al pesimismo. Estos ingredientes, y quizá otros, convierten al mal humorado en un “líquido agrio” para uno mismo y para los demás.
Así como reímos también lloramos. Hay personas más risueñas y otras más lloronas. Y es posible aprender a dosificar la risa y el llanto para usarlos a su tiempo y de forma adecuada. En un artículo que escribí, en este medio, sobre cómo enseñar a nuestros estudiantes o nuestros hijos a pensar sobre sus errores, esbocé algunas ideas sobre la necesidad de educar las emociones. Y ahora quisiera compartirles otro puñado de ideas sobre la importancia de enseñar al niño y al joven a ser capaces de desarrollar el buen humor.
El pequeño niño, porque es niño, no sabe regular sus emociones. Pasa fácilmente del llanto a la risa y viceversa, con gran facilidad. Es pequeño, depende de los demás y así resulta fácil distraerle y que se le pase el mal rato. A medida que crece, también va creciendo su independencia junto a la inseguridad. Los momentos de tristeza, los enfados y el mal humor empiezan a ser frecuentes. En la adolescencia se manifiestan más intensamente las frustraciones y empieza la dura tarea de aceptarse tal cual es. Aquí el reto es desafiante para los padres y educadores: enseñar al adolescente a aceptarse, incluidos sus defectos, con un poco de humor. Porque, así como el humor acorta las distancias entre las personas, también, el humor sana, ayuda a vivir. Patch Adams, el famoso médico -su vida fue llevada al cine (2003)- y activista conocido por su enfoque humanitario en la medicina, nos lo ha enseñado bastante bien: el buen humor es un elemento crucial para la salud y el bienestar (2012).
¿Cómo enseñar a responder con buen humor, con alegría? ¿Se puede enseñar con humor? ¿La risa, la algarabía, el juego y la diversión deben quedarse fuera del aula y, en algunos casos, ni siquiera deberían entrar a la escuela? Probablemente, Carlos González pueda ayudarnos a contestar estas y otras preguntas. Me refiero a un docente español de matemáticas y física de educación secundaria a quien se le ocurrió escribir un libro “Veintitrés maestros, de corazón”, en él narraba sus experiencias como docente. Más tarde se filmó un hermoso documental titulado “Entre maestros” (2013) que, para aquellos a quienes apasiona la educación, les invito a que lo admiren. Pues bien, a costa de cansarles un poco, transcribo dos extractos del libro a manera de provocación:
“La algarabía de su clase viaja por el pasillo a su encuentro. Al percibirla, se pregunta si será capaz de enseñarles sin destruir un ápice de su alegría. Quisiera que su clase fuera un lugar de disfrute, en el sentido literal de la palabra, que se pudiese gozar de los frutos del conocimiento y sobre todo del reconocimiento”.
“…Se escuchan algunas tímidas carcajadas, mientras el profesor se dirige a la pizarra y dibuja lo que parece ser una circunferencia.
- ¿Cuál es tu nombre? -interroga, dirigiéndose a un chico que se encuentra próximo a él.
- Alberto -contesta tímidamente.
- El nombre de una persona debe ser pronunciado como si fuese el de un palacio en el que habita; ya que uno debe ser el rey de su propia vida. Querido monarca, ¿podrías decirnos otra vez quién eres…? -solicita, intentando ponerse en la difícil situación en la que ha colocado a su alumno; recordando su propia timidez, pero a la vez, firmemente convencido de la necesidad de provocarle.
- Alberto -pronuncia totalmente confundido, y convirtiendo su cara en un rojo atardecer.
- Te falta práctica, pero tenemos todo un curso por delante. Yo fui un alumno muy tímido y mírame ahora… -dice, abriendo los brazos como si se presentase su propia actuación teatral.
El resto de la clase se pregunta, para sus adentros, si tendrán también que convertirse en reyes. Sólo una cosa ven clara: el bufón de la corte ya lo tienen, es su nuevo profesor.” (González Pérez, 2013, pp. 40-41)
En la Universidad también parece que funciona el buen humor. En un estudio, alrededor de 500 estudiantes de una universidad mexicana fueron encuestados sobre el uso del humor en las clases (si lo hacían, cuándo o cuánto, para qué o con qué objetivo y cómo o de qué manera), la mayoría opinó que el aprendizaje mejora con la risa, que se puede reducir el estrés de las personas y las tensiones del grupo clase (Fernández Poncela 2012).
Si ha llegado leyendo hasta aquí, probablemente usted estará pensando que para aprender se necesita silencio, disciplina, concentración y orden. Es cierto y tiene en parte razón. Pero lo expresado lleva la intención de saber utilizar el buen humor como una herramienta para favorecer los procesos de enseñanza-aprendizaje y también para abrir una ventana más desde dónde podamos reflexionar acerca de la práctica docente. Hoy esto parece tan necesario, porque el sufrimiento, la tristeza y la muerte parecen abundar en el vivir cotidiano. Y nuestros niños y jóvenes lo saben bastante bien, a veces más que nosotros mismos. Por eso, resulta tan importante enseñar y aprender riendo. Por eso, es bueno que hayan buenos maestros que enseñen sin frivolidades pero tampoco con amargura y desánimo. Por eso, quizá enseñar con alegría, particularmente a los más pobres, sea la única forma de asegurar la auténtica supervivencia.
Fuentes citadas:
Adams, P. (2012). ¡Gesundheit!: Por la buena salud del individuo, el sistema médico, y la sociedad a través de servicios médicos, terapias complementarias, humor y alegría. Simon and Schuster.
Benigni, R. et al. (1999) La vita è Bella. Boulogne-Billancourt: TF1 vidéo éd.
Entre Maestros (2013). 12 de diciembre. https://www.youtube.com/watch?v=jCrB3-Xr2PI.
Fernández Poncela, Anna. (2012). “Riéndose aprende la gente”. Humor, salud y enseñanza aprendizaje. Revista Iberoamericana de Educación Superior. DOI: https://doi.org/10.22201/iisue.20072872e.2012.8.72
Gómez de Silva, G. (2016) Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española. Mexico City, Mexico: Fondo de Cultura Económica.
González Pérez, C. (2013) 23 maestros, De Corazón: Un Salto Cuántico en la enseñanza. Bilbao: Desclée de Brouwer.
Orellana, R. (2023) Corrige sus errores, Aunque es mucho mejor enseñarles a pensar sobre ellos., Desde mi Trinchera. https://www.desdemitrinchera.com/2023/08/10/corrige-sus-errores-aunque-es-mucho-mejor-ensenarles-a-pensar-sobre-ellos/
Patch Adams (2003). Roma: Universal pictures.
Rodríguez, A. (2008) El Valor Terapéutico del humor. Bilbao: Desclée de Brouwer.
Tamblyn, D. (2009) Reir y aprender: 95 técnicas para emplear el humor en la formación (2a. Ed.). Bilbao: Editorial Desclée de Brouwer.
Muy buen aporte. Es verdad cuando ponemos un tinte de humor en las clases, estas resultan agradables se crea un buen ambiente de confianza, de distensión, de alegría. Gracias. Msc Ricardo.
Muy buen artículo, Ricardo.
Lo complicado es saber ¨dosificar¨el buen humor para mantener la atención y el nivel del proceso de aprendizaje.
Felicitaciones por el artículo los que fuimos profesores en la Universidad,cada año nos alimentaba de optimismo al ver la valentía de jóvenes que procuraban luchar la vida con la academia en sus mentes, no importaba el pago económico lo que importaba era que se sentía con más fuerza el ser ALUMNO de todos los días..