Marco Antonio y Cleopatra, Napoleón y Josefina, Romeo y Julieta… la historia de la humanidad está plagada de romanticismo y de parejas explosivas -históricas o imaginarias- que llegan a cambiar el curso de la narrativa universal, poderosos dúos dinámicos donde la complementariedad de los sexos demuestra la efectiva y a la vez conflictiva relación entre hombre y mujer.
Existen también grandes parejas bíblicas como Abraham y Sara, Moisés y Séfora o la gran historia sensual del Cantar de los Cantares adjudicado al rey Salomón que relata el idilio de unos amantes anónimos. Priscila y Aquila es otro par que vale la pena resaltar quienes con valentía apoyaron a san Pablo en su celo por el Evangelio. Y por supuesto, María y José son el gran ejemplo de una santidad esponsal sinigual.
El primer precepto de Dios está en el primer capítulo del Génesis: “Creced, multiplicaos, llenad la tierra y someterla”. Tal vez es por eso que los sacerdotes judíos, a diferencia de los sacerdotes católicos, sí se casaban. Pero hoy en día este mandato parece algo pasado de moda. Lo mejor es convivir para comprobar que efectivamente son compatibles, y obviamente nada de hijos, a lo mucho una mascota que no dé mayores molestias.
Ahora, si alguien no ha conseguido una pareja seguramente tiene algún problema de personalidad bien grave. Al parecer no existe la opción de que no todos han sido llamados a la vocación del matrimonio, porque a la larga, como católico ese sería el objetivo primordial, no un simple arrejuntamiento donde al cabo de unos meses o años uno de los dos se cansa y se va. La otra opción es reconocer que no todas las personas que se acercan buscando una relación tienen los mismos valores morales o incluso religiosos.
Es imposible hacer entender a una persona que vive en pecado la lucha diaria de santidad; lucha de castidad y de pureza, ocupando el tiempo en cosas que elevan el espíritu y alejando momentos inapropiados para hacer realidad las palabras del Padre Nuestro: “no nos dejes caer en tentación”. El pecado, cualquiera que este sea, distorsiona la relación con Dios, y el pecado de la carne distorsiona la imagen del otro a quien se desea como objeto para utilizar y no como bien amado.
La intimidad sexual es excelsa y debe ser protegida en sagrado sacramento para alguien especial. Es por eso que hacen eco las palabras del teólogo Christopher West cuando comenta: “si no puedes decir no, entonces ¿qué significa realmente tu sí?”; es decir, si le dices sí a cualquiera, entonces tu sí no vale verdaderamente nada.
San Juan Pablo II el 26 de marzo de 1980 dijo: “A causa del estado pecaminoso contraído después del pecado original, varón y mujer deben reconstruir con fatiga el significado del recíproco don desinteresado”. Es difícil, pero eso se logra siendo honestos consigo mismo para poder ser honesto con los demás, más todavía con aquella persona a quien se desea amar.