SALÍA DEL EDIFICIO DE LA SUPERCOMPAÑÍAS , POR ALGÚN TRÁMITE, giré a la derecha y de frente hacia mí venía una chiquilla que me guiñaba el ojo y como que me sonreía, al pasar frente a ella, descubrí que tenía un tip nervioso en el ojo izquierdo y en los labios.
En alguna ocasión mi hermano mayor me llamó y me comunicó que una tía abuela muy querida y muy querendona había fallecido. Me fui a su velorio y empecé a saludar y darles el pésame a quienes se encontraban en la sala de velaciones. Siempre acostumbro a rezar frente al cofre mortuorio una Ave María y un Padre Nuestro, por el alma del/de la la fallecido/a. Me acerqué a la caja y me dí cuenta que la persona que ahí yacía, no era mi tía abuela, estaba en un velorio equivocado. Me retiré, me senté en la última fila y al minuto, me fui. Ubicada la sala, me dirigí a su esposo a darle el pésame, pero con una gran sonrisa me contestó,”Ya esta en manos del Señor”. Era Cristiano, pero no Católico. No lo sabía..
En un viaje de regreso de Cuenca, después de darnos un gran desayuno, en el hotel en el que nos habíamos alojado, que tenía el mismo valor, cualesquiera sea lo que desayunaras, nos regresamos a Guayaquil. Hacia la media hora de camino, sentí deseos de hacer la mayor. Le indiqué al chofer, que por favor pare. Subí por un caminito, hacia una pequeña loma y pude cumplir mi cometido. Siempre que viajo, tengo la costumbre de llevar en mi maletín un rollo de papel higiénico empezado, ( no olviden esta buena costumbre). Había al mi alrededor, unos extensos sembríos de unas plantitas de un metro de altura. Todo al rededor, era un silencio absoluto. De repente sonó como una flauta e inmediatamente, se levantaron de esos arbolitos, cientos de indígenas, con una especie de lanzas, siguiendo a su líder. Eran tiempos de los levantamientos indígenas, conducidos por las FARC, que los entrenaban.
Pasado el susto, volví al vehículo del amigo que nos había llevado y continuamos a Guayaquil.
Preocupado por la demora en regresar, pues parábamos en cada pueblo a lo largo de la carretera a comer cada una de las delicias que preparan en dichas poblaciones para los viajeros. El padre del dueño del vehículo había llamado a mi esposa, preocupado por la demora. Se suponía que deberíamos haber llegado hacia el medio día y ya eran las cinco de la tarde. Mi esposa le contestó, Dr., no se preocupe, ya llegarán.
Efectivamente llegamos hacia las seis de la tarde, sanos y salvos.
Al menos yo, creo tener un Ángel de la Guarda que me acompaña en todo momento. Creo que todos tenemos uno que nos protege.