23 noviembre, 2024

Educar el carácter

Hoy poco se habla de la formación del carácter, al menos desde una perspectiva pedagógica.  Está de moda pensar que el carácter viene dado por la genética y, por tanto, no hay más remedio que conformarse con lo recibido por “default” en la lotería de los caracteres.  De tal manera que, si un niño es rebelde, grosero o de mal genio, no hay que hacer mucho, hay que tener cuidado, hay que aceptarlo y tratarlo como si fuera una figura de porcelana, no sea que se “quiebre”, no sea que se “traumatice”, no sea que nos denuncien porque se corrigió, porque, sin ningún derecho, alteramos su identidad.  Por eso, en el mejor de los casos se suele hacer lo más fácil: no hacer nada o casi nada, o también a dedicar estrategias para que los padres y educadores “entiendan” a los niños y jóvenes, todo ello con cierto tufillo de culpabilidad.  A nivel de políticas públicas, educar el carácter es un tema tabú que no se toca, solo cabe alardear por las estadísticas de los niveles cognitivos, en los pocos casos que van quedando.  Y es que muy pocas veces nos damos cuenta de que carácter, voluntad, ética y cultura son las variables que siempre inciden positivamente al momento de “medir” para los tecnócratas y en “dar valor” para los verdaderos educadores.  Pues bien, de esto va este sencillo artículo y lo he escrito pensando en los niños y jóvenes que de alguna forma educamos.

La palabra “carácter” viene del griego y significa literalmente “el que graba”, “el que marca”, “el que hace una señal” que no suele borrarse (Gómez de Silva, 2016).  Antiguamente se grababa, marcaba o se esculpía una señal con una estaca o con un cincel.  No hace mucho, a los tipos de letra con los que se imprimían los libros, se llamaban “caracteres”.  Por consiguiente, tener “carácter” implica un trabajo que requiere tiempo, paciencia, sacrificio, intención y hasta una cierta dosis de buen gusto.  Hoy quizá lo más parecido, en los humanos, sean los “tatuajes” con la gran diferencia que un tatuaje se lo marca en la piel, el procedimiento no dura mucho tiempo y todos lo pueden ver; en cambio el carácter va marcado en el espíritu, requiere de años para se vuelva indeleble y solo se nota cuando se lo pone a prueba.  El carácter es parte constitutiva de la identidad y un tatuaje no. ¡Necesitamos jóvenes con carácter, aunque tengan ninguno o muchos tatuajes! 

Rescatando del pasado a Tihamér Tóth -cuyos libros fueron un referente para muchos jóvenes católicos de los 80-, entiendo por “carácter” la adaptación de la voluntad hacia un ideal,  es tener dirección en la vida, es ser fiel a un proyecto, aun cuando esa perseverancia exija sacrificios. No es tarea fácil.  Hay personas que se quedan al inicio o la mitad del camino, ellas son las de carácter inestable o de carácter débil, que fácilmente cambian su voluntad según las circunstancias, el qué dirán, el dinero, el poder, o cuando aparece el momento de ponerlo a prueba. Por eso, el carácter cuesta alcanzarlo; por eso, difícil es obtenerlo.  Porque es fácil formular principios éticos -cualquiera como yo los escribiría-, pero perseverar en ellos, a través de todos los obstáculos, cueste lo que cueste, no lo hace cualquiera.  El carácter define nuestra identidad.

Algunos partidarios de pensar que somos una “página en blanco” al puro estilo rousseauniano se incomodarán un poco porque, lamentablemente no somos buenos por naturaleza.  Lo interno y lo externo, es decir, la genética, la cultura, la familia, el ingreso económico y el entorno siempre actúan -en muchos casos nos modelan-, no obstante, nunca nos determinan.  Y, aunque la manera de llegar a un buen resultado final sea una gran incógnita, siempre se puede influir sobre ella.  Porque, como decía Aristóteles, el carácter es un modo de ser y modo de obrar que se va adquiriendo con el tiempo y que es definido por el «exceso, defecto y término medio» de las virtudes (Macintyre, 2018).  Para los creyentes y desde una perspectiva teológica, Dios “graba”, “marca”, pone su “sello” indeleble en nuestra alma, pero también a cada uno de nosotros nos da la libertad y la gracia para ser mejores o peores personas (Catecismo de la Iglesia Católica, 1274).

¿Cómo se educa el carácter?

¿Cómo se forma el carácter -la identidad, la voluntad, el modo de ser y obrar-?  Los padres y educadores lo sabemos bastante bien. En primer lugar, inculcando hábitos, repitiendo actos, acostumbrando al niño a que le guste y luego le atraiga lo que es correcto.  Pongamos este ejemplo, cuando le enseñamos al niño muy pequeño a ser limpio con actos como: no orinarse encima, avisar para ir al baño, no comer con las manos sucias, a tener un horario, a no hablar mientras se come, a comer saludable, etc.    En segundo lugar, formando la conciencia.  La conciencia es la imagen que uno tiene de sí mismo. Es la capacidad de reflexionar para pasar desde el “yo soy así” o “yo lo hago así”, hacia el “está bien o mal ser así” o “lo que hice estuvo bien o mal”.  Es lo que se llama conciencia moral, que un niño carece durante la primera infancia, pero que la va adquiriendo por los buenos hábitos que ve y práctica, por el contacto benéfico con los demás y las reglas que se le inculcan desde pequeños. La formación del carácter empieza por los buenos hábitos, se desarrolla con la formación de la conciencia y quienes más ayudan en esta tarea son aquellas personas en quien el niño más confía y cree.

Ya cuando el niño va creciendo y se convierte en joven, este trabajo tiene que hacerlo por sí mismo. Es decir, te haces justo o valiente realizando actos justos y valerosos. Nadie puede hacerlo en tu lugar -por eso es tan importante educar el carácter desde los primeros años-.  Los padres y educadores podemos dar consejos, indicar el camino correcto; pero es el sujeto quien debe tener el deseo de ser noble, bueno y limpio de corazón.  La conciencia de sí mismo en un joven es conocerse, saber las virtudes y defectos que tiene.  Es tener la conciencia de qué es lo que me falta para ser quién quiero y debo ser.  Esta misión tiene sus más hermosas etapas durante la adolescencia y la juventud, pero nunca se acaba, porque siempre estamos poniendo a prueba nuestro carácter. Ya en la edad madura, el carácter se va formando básicamente por la autoeducación. 

¿Cómo se sabe si he sido bien formado en el carácter?

A veces, desde muy jóvenes el carácter es sometido a examen, es puesto a prueba.  La vida familiar, profesional y laboral a menudo escudriña sobre cuánto te has formado en el carácter.  ¿Eres capaz de esforzarte, ser abnegado en lo que emprendes?  ¿Te dejas llevar por lo que hacen los demás? ¿Sabes decir “sí” y decir “no” por hacer lo que es correcto?  ¿Tienes la voluntad para perseverar una y otra vez ante la frustración del fracaso o la derrota? Esas son solo algunas de la larga lista de preguntas del examen de la vida.

Como se ha dicho, la formación del carácter dura el curso de toda la existencia. Para ello, siempre aconsejo leer buenos libros -que sí los hay-, o ver una película o video -que buenos casi no hay-. Allí están las ideas, allí encontrarás los motivos, allí te descubrirás a ti mismo. Tihamér Tóth tiene una frase extraordinaria que expresa lo que estoy diciendo: «Siembra un pensamiento y segarás el deseo; siembra un deseo y recogerás la acción; siembra la acción y recogerás la costumbre; siembra la costumbre y recogerás el carácter; siembra el carácter y tendrás por mies tu propia suerte». 

¿Desde cuándo se puede educar el carácter? 

Hay que empezar desde ahora.  Ya seas padre o madre con tus hijos o docente con tus estudiantes; ya seas un joven en plena formación, ya seas un adulto, hay que iniciar, continuar o retomar -para muchos- esta tarea pendiente.  Porque, nunca es tarde para los principios y los nobles ideales.  Porque, es ahora cuando necesitamos de personas como tú que permanece firme cuando muchos huyen, que levanta la voz cuando muchos callan, que sigues siendo bueno a pesar del ejemplo de los malos.

Trabajos citados

Aristóteles. (1985). «Ética a Nicómaco». Editorial Gredos.

Gómez de Silva, G. (2016) Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española. Mexico City, Mexico: Fondo de Cultura Económica.

Iglesia Católica. (1993). Catecismo de la Iglesia Católica. Librería Editrice Vaticana.

Macintyre, A. (2018). Tras La Virtud. Austral.

Tóth, T. (2013). El Joven de Carácter. IVE Press. https://radiocristiandad.files.wordpress.com/2017/12/tihc3a1mer-tc3b3th-el-joven-de-caracter.pdf

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