La gratitud, en su sentido más profundo, significa vivir la vida como un don que se ha de vivir con agradecimiento.
Pero la gratitud de la que habla el evangelio abarca toda la vida: lo bueno y lo malo, lo gozoso y lo doloroso, lo santo y lo no tan santo. ¿Es esto posible en una sociedad donde la alegría y la tristeza, el gozo y el sufrimiento, la paz y el conflicto permanecen radicalmente separados?
¿Podemos hacer frente a los numerosos anuncios que nos dicen: “No puedes estar alegre cuando estás triste; pero sé feliz: bebe esto, haz aquello, ven aquí, ve allá…y tendrás un momento de felicidad en el que puedes olvidar tu sufrimiento”? ¿Es realmente posible abrazar con gratitud toda nuestra vida y no solo las cosas buenas que nos gusta recordar?
Jesús nos llama a reconocer que la alegría y la tristeza no están nunca separadas, que el gozo y el sufrimiento están muy unidos, y que el lamento y la danza son parte del mismo movimiento. Por esta razón nos llama a ser agradecidos por todos los momentos que hemos vivido y a afirmar nuestro camino único como la forma que Dios tiene de modelar nuestro corazón para que sea más conforme al suyo. La cruz es el símbolo principal de nuestra fe y nos invita a encontrar esperanza donde vemos dolor, y a reafirmar la resurrección donde vemos la muerte.
La llamada a estar agradecidos es una llamada a confiar en que todo momento de nuestra vida puede ser considerado como el camino de la cruz, que nos lleva a una vida nueva. Cuando los discípulos iban a Emaús y se encontraron con Jesús, no podían creer que había que esperar fruto de todo el sufrimiento del que habían sido testigos. Pero Jesús les reveló que precisamente por el sufrimiento y el dolor nació nueva vida. Me resulta muy fácil poner los recuerdos malos bajo la alfombra de mi vida y pensar solo en las cosas buenas que me agradan. Pero, si lo hago, me impido a mí mismo descubrir la alegría que subyace a la pena, la paz escondida en medio de mis conflictos y la fuerza que se hace visible en medio de mi debilidad.
Henry Nouwen- “All is Grace”, pp. 39-40