3 diciembre, 2024

Lo involuntario

Borrando contactos del celular, me topé con el nombre de mi amigo, ese que ya no está, el que se encuentra en otro plano. Falleció. Me quedé helada, tuve que dejar el celular porque no había caído en cuenta que podría toparme con el recuerdo y con más nombres que están ausentes.

Recuerdo haber leído un reportaje que decía que en unas décadas Facebook, X, e Instagram podrían tener más perfiles de personas fallecidas que de vivas. Claramente ver estos nombres, conversaciones, fotos, números de teléfono, nos remueven todo. Por supuesto que sí es tu pareja, hijo, padre, abuelo… duele mucho más.

Conversando con una amiga, que pasó el duelo de su padre hace un año, le pregunté cómo ella había superado su muerte. Me dijo cosas muy importantes. Lo primero es que ella hizo un viaje con su padre antes de que él muriera, donde le hizo muchas preguntas, y recibió respuestas que le llenaron el corazón. También mencionó que hizo terapia, leyó mucho sobre la muerte y finalmente hizo un taller que abordaba el tema del duelo. Después de que me comentara todo esto, los ojos se me llenaron de lágrimas porque me di cuenta que la muerte más cercana que he tenido de adulta, ha sido la de mi amigo. La verdad es que me da miedo la muerte. Me da pánico, le dije a Anita, y ella me dijo, comienza a trabajarlo.

Me compré un libro que se llama El camino de las lágrimas, de Jorge Bucay, una psicóloga me dijo que este es uno de los primeros libros que recomiendan para los duelos. Me ha sacado muchas lágrimas, pero al mismo tiempo, ha abrazado mi corazón.

Bucay escribió: “Pueden llevarse algunas cosas de otro. Pero no pueden robármelo porque de alguna manera ese otro sigue estando adentro mío”. Eso me hace pensar en lo importante que es vivir el presente, no posponer.

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Nunca sabemos cuando va ser la última vez.

 

 

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Reorientar la vida (Segunda semana de adviento)

“El Buda Kamakura estuvo alojado en un templo hasta que, un día, una gran tormenta echó abajo dicho templo. Desde entonces, la enorme estatua estuvo durante años expuesta al sol, a la lluvia, a los vientos y a las inclemencias del tiempo. Cuando un sacerdote comenzó a recaudar fondos para reconstruir el templo, la estatua se le apareció en sueños y le dijo: Aquel templo era una cárcel, no un hogar. Déjame seguir expuesto a las inclemencias de la vida, que ese es mi lugar”. (Tonny de Mello sj, Oración de la Rana, 1988).

En estos cuatro domingos de advientos, vamos por el segundo, queremos reflexionar sobre el sentido de nuestros actos religiosos, sobre el sentido de nuestra vida que es la razón de ser de nuestros actos, sobre la actitud de fondo que impulsan nuestros deseos, anhelos que adquieren una forma en la oración, la devoción, la espiritualidad que se vive o se debe vivir en estos tiempos.

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