21 noviembre, 2024

Antes de la caída

San Juan Pablo II, en la primera parte de la teología del cuerpo -enseñanza que trato de exponer en esta sección- profundiza en el texto del Génesis recordándonos nuestro estado de gracia original, esto es la inocencia en la que fuimos concebidos desde un principio, cuando no teníamos que colocarnos máscaras para ser aceptados por otros y nos veíamos a los ojos con total transparencia y amor.

¿Por qué hace eso? Porque hay un eco originario de esa ingenuidad -por decirlo de alguna manera-, de esa paz y de ese amor que está insertado en lo más profundo de las personas. Nuestros anhelos nos recuerdan esa añoranza. Lo mismo ocurre cuando, por ejemplo, traemos a la memoria un momento hermoso del pasado y nos causa alguna sensación placentera.

Hay tres ideas que vale la pena rescatar antes del pecado original. Primero, que somos hechos a imagen y semejanza de Dios en nuestra capacidad de amar. A veces humanizamos a Dios, poniéndole una barba larga y blanca, pero la verdad es al revés. No es que Dios se parezca a nosotros, es que nosotros nos parecemos a Dios. Nuestro cuerpo tiene estampado, tallado y tatuado a permanencia ese llamado a amar como Dios nos ha amado desde un principio. En la audiencia general del 12 de septiembre de 1979, el Santo Padre San Juan pablo II dice: “El hombre no es creado según una sucesión natural, sino que el creador parece detenerse antes de llamarlo a la existencia, como si volviera a entrar en sí mismo para tomar una decisión: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”.

La segunda idea es que somos un ente indisoluble de cuerpo y alma. El ser humano es una unidad sustancial indivisible. ¿Qué le pasa al alma cuando se separa del cuerpo? Morimos. El alma se expresa a través de nuestro cuerpo, se refleja en nuestra mirada y nuestros movimientos. Hubo una época en la historia de la iglesia cuando se valoraba el alma y se menospreciaba el cuerpo, pensando que era causa de pecado. Pero tampoco podemos idolatrar nuestra materia carnal olvidándonos de nuestra parte espiritual. Christopher West indica que luego de décadas de resaltar el cuerpo con cirugías, dietas y ejercicios extremos, hemos caído en una etapa en la que el cuerpo es considerado basura, y tenemos casos de mutilación de genitales porque la persona no se siente bien en su propia piel.

Por último, hemos sido creados en una sola naturaleza: humana, en dos versiones distintas: varón y mujer, y eso nos da la capacidad de procrear, somos co-creadores con Dios. “Y creó Dios al hombre a imagen suya; a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó” (Gn. 1, 27). La plenitud de la creación es el ser humano, tanto es así que al final del primer relato de la creación Dios se sorprende y dice: “He aquí que era muy bueno”, cuando todo lo anterior solo había sido considerado bueno.



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