La semana pasa volando. Otra vez, como siempre. Los días, aunque monótonos, parece que se deslizan como agua entre las manos. Se van, así de rápido.
El día amanece y otra vez se esconde. Los recuerdos empiezan a tomar forma.
Esas charlas en el comedor al lado del fuego. Esos juegos de mesa a la noche, se tornan memorias. Esas risas mientras comemos, esas discusiones por quién pone o no la mesa, esos choques por querer cocinar varios a la vez, se van transformando en memorias. Se van acumulando en lo que somos o en lo que vamos siendo. Porque, aunque somos vamos en camino de ser también.
Esos olores característicos de cada hogar. Ese aroma particular a la torta que hacemos seguido. Ese abrazo porque sí entre padres e hijos. Esa lucha jugando entre hermanos. Esa sensación de confusión a veces por estar creciendo. Esas lágrimas compartidas. Esas peleas sonsas por temas irrelevantes. Esas películas de los viernes a la noche con pochoclos caseros.
Recuerdos, vivencias, sensaciones, olores que se van impregnando en nosotros, en cada uno, que van dejando huellas.
Esos momentos especiales a la noche, cuando me acosté y cae uno de mis hijos y se tira al lado mío y se generan charlas sinceras. De esas para no olvidar. Donde de repente un hilo de conexión aparece y se produce un entendimiento mutuo poco habitual.
Memorias, recuerdos, pedacitos de lo que vamos siendo. Trozos de vida.
La que nos construye, nos edifica. Lo que en el futuro puede cambiar el mundo.
Me encanto este escrito! Gracias y felicitaciones