21 noviembre, 2024

La libertad de nacer, crecer, reproducirse y morir

A propósito de la despenalización de la eutanasia en Ecuador, a consecuencia de la lucha de Paola Roldán por el derecho a una muerte digna, quise dedicar mi primera columna a la libertad de vivir y morir.

Desde pequeños se nos enseña que el ciclo de la naturaleza consiste en nacer, crecer, reproducirse y morir. No discutimos ningún paso y solo a uno de estos lo hemos visto, desde hace relativamente poco tiempo, como opcional: la reproducción. Ya muchos de nosotros decidimos si traemos o no hijos al mundo, así como decidimos si los animales que viven con nosotros tendrán o no crías. Sobre ellos, los humanos incluso podemos decidir su muerte para evitar su sufrimiento.

Pero para los humanos resulta difícil hablar de nuestra muerte y nos cuesta pensar en eso de decidir morir. Quizá porque tanto morir como nacer son etapas de la vida que no vemos como algo que podemos controlar en su totalidad. Podemos programar un embarazo y un parto mediante cesárea, pero siempre con esa sensación de que algo superior tendrá la última palabra. Podemos imaginar cómo queremos que sea nuestro velorio, nuestra ceremonia de despedida, pero no tenemos idea de cómo vamos a sobrellevar una enfermedad. Tampoco nos sentimos capaces de visualizarnos en el lecho de muerte padeciendo dolores y la angustia de lo desconocido.

Dos años antes de la pandemia, me enfoqué en los estudios de Tanatología y es así como combiné mis consultas de terapia floral con las enseñanzas de Elisabeth Kübler-Ross. Los conocimientos del padre de las flores de Bach, Edward Bach, y de la madre de la tanatología, Elisabeth Kübler-Ross, confluyeron en un espacio-tiempo para lo que, sin saberlo yo, necesitaría con más intensidad en los tiempos que se acercaban y en los que ahora vivimos.

Elisabeth decía: todo sufrimiento genera crecimiento. Pero eso no lo comprendemos hasta después. Pero, después de qué, uno se pregunta. Después de que decidimos de manera consciente no sufrir. Si Elisabeth hubiera descubierto y usado las flores de Bach, los procesos de sanación emocional habrían sido mucho más rápidos, amigables, amorosos, pacíficos… es lo que siempre pienso como terapeuta floral. 

En una ocasión Elisabeth le preguntó a un niño ¿para ti qué es la muerte? Él le dijo con mucha claridad: la muerte es salir de un escenario para entrar en uno mejor. Ella trabajaba con niños en etapa terminal, esos casos que tanto nos cuesta tratar o ver de frente, especialmente si tenemos un vínculo cercano. Cuando los niños hablan desde su experiencia, tienen claro que al morir ellos ganan. Porque dejan el sufrimiento del cuerpo físico, los tratamientos dolorosos, los largos días en lugares inadecuados para ellos. Para los padres, en cambio, la muerte de sus hijos es un gran perder. Si se le pregunta a un padre que no ha hecho terapia alguna, qué perdió cuando murió su hijo, suele llegar a la conclusión de que perdió el sueño, la ilusión… Perdió eso que nunca tuvo, el futuro, lo que pudo ser. 

Cuando en consulta de Flores de Bach-Tanatología las personas que han perdido a un hijo empiezan a sanar, comprenden que a cambio ganaron una fuerza interior por luchar para que esto no le pase a otros, por ejemplo. Por eso, muchos se acogen a causas, crean fundaciones, generan grupos de apoyo o, de manera voluntaria y personal, ayudan a otros padres que viven situaciones similares. Un día decidieron que ese dolor, que está allí y no se les ha ido, no es sufrimiento nunca más. Sino las ganas de hacer algo por otros. Se dan cuenta de que eso les llena el alma, eso les da paz y se convierte en su razón de vida.

En los talleres grupales que realizaba Elisabeth Kübler-Ross en alguna época de su vida, las personas iban a aprender a perderle el miedo a la muerte y terminaban aprendiendo a perderle el miedo a vivir. Esos miedos irracionales de los que se llena nuestra cabeza, nos impiden identificar lo que estamos ganando cada día.

Edward Bach fue un observador de la naturaleza, sensible para identificar su esencia y conectarla con las necesidades humanas, con el fin de que encontremos la sanación a través de nuestro equilibrio. Elisabeth Kübler-Ross, en cambio, dedicó su vida a ayudar a las personas a perderle el miedo a la muerte.

Estos dos médicos, terapeutas del alma, encontraron en dos elementos distintos una forma de explicar mejor lo que querían decir con palabras. Edward empleó la cebolla para describir el proceso de la sanación con el sistema floral. Un proceso de auto descubrimiento en el que nos vamos despojando de las capas que nosotros mismos hemos creado y que nos impiden ver hacia nuestro interior. Elisabeth, por otro lado, hizo uso del capullo y la mariposa para explicar el concepto de la muerte. Ella decía que esta referencia la tomó de los dibujos que los niños de los campos de concentración dejaron plasmados en las barracas para expresar lo que para ellos significaba la muerte. Dice haber entendido que así como la mariposa sale del capullo, así sale nuestra alma del cuerpo cuando morimos. Y puedo suponer que si ese fuera mi caso, si yo saliera del capullo, también me sentiría libre.

Vengo del diseño como primera profesión y ambas representaciones gráficas me hicieron total sentido, son distintas pero complementarias. Ambas me refuerzan la idea de que todo el camino que hemos venido a transitar en esta vida definitivamente es hacia adentro, que es allí donde está lo más importante.

Hoy que Ecuador abre una puerta a la posibilidad de morir con dignidad, que esta sea la oportunidad para reflexionar sobre nuestra muerte. No la del vecino, no la de Paola, sino la que a cada uno le corresponde, sin miedo y en paz.

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Es inevitable escribir. Esa “obligación “de enfrentar los dedos ante el teclado que resiste el estallido de la mente en querer expresar un caudal de ideas. Estas, que quizás contengan más que la capacidad de expresar lo que sentimos, es nuestra intención en llegar con ese mismo sentido a quienes pretendemos o queremos que nos lean.

El hecho de vivir una primera ausencia real de un ser querido: mi padre, es la mecha de estas líneas. Un deseo de plasmar lo que siento. En que su ausencia física hace que lo extrañe, y lo complicado en conjugar el discurso aquel: “que cumplió un ciclo” ante su cariñosa presencia y saludo cotidiano de sus últimos años. Y ese saber -que con toda su lucidez y deseos de no morir pero tener que aceptarla como un enorme muro que se le venía encima sin esgrimir mas su voluntad que no estaba acorde a la fuerza de su cuerpo, y ante la inevitable aceptación familiar de ese destino, sintió que se le apagaba su vida. El saber que eso sentía él, es lo que más duele a uno. Esos pensamientos no expresados, no evidentes a la vista y que tampoco queríamos ver pero que ahí estaban… es, en mis reflexiones más íntimas las que duelen internamente. Duele el saber ese dolor desgarrador que siente mi madre por su ausencia, el de extrañarlo día a día, en que no hay palabras para expresarlas, ni forma de interpretarlo en líneas, pero que está ahí, en un rostro sentido…en esa mirada profunda y a la vez lejana, que no hay sabiduría alguna que pueda tampoco amortiguar lo que aquel corazón siente. Solo será pura fuerza de su voluntad, conjugada con lo que tiene, para sobrellevar un deseo intenso de seguir viviendo en este mundo.

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