Frecuentemente, cuando la sociedad se ve afectada por situaciones que generan consternación, la reacción común es adoptar una postura de pérdida. En este contexto, la queja se convierte en un lamento recurrente sobre la pérdida de la escala de valores o el menoscabo de los fundamentos axiológicos que alguna vez sustentaron a la sociedad. Esta negligencia en la práctica de los valores fragmenta la identidad y la cohesión social, llevándonos, en muchos casos, a posiciones incompatibles e incluso antagonistas. La escuela y la familia son los primeros objetos de este reproche y a los que primero reclaman por recuperar los valores perdidos.
Este reclamo, aparte de ser injusto, carece de fundamentos. Las deficiencias en el ethos que sostiene las relaciones interpersonales en nuestra sociedad no pueden subsanarse mediante el currículo escolar ni a través de la institución familiar que, en la mayoría de los casos, carece de intencionalidades educativas claras o, incluso, inexistentes. No se puede exigir a la familia que profese ideales éticos elevados si no los vive internamente. De manera similar, la escuela, aun dedicando algunas horas semanales a estos efectos, reproduce esta limitación. Estamos conscientes de estas realidades y de los magros resultados obtenidos. El propósito de este ensayo es modesto; busca explorar la dinámica del aprendizaje y la implementación de valores en el ámbito escolar.
Definir el término «valor» no es tarea sencilla. La UNESCO por ejemplo, no logró consenso internacional sobre lo que desde nuestra perspectiva occidental llamamos «valores». En la actualidad, reflexionar sobre conceptos abstractos como los valores sociales implica enfrentarse a un escrutinio inmediato desde ámbitos políticos, religiosos, culturales y tecnológicos. Y es que la naturaleza abstracta de los valores suscita dudas sobre el grado en que se traducen en el comportamiento humano. Algunos argumentan que los valores están cada vez más distantes de los movimientos culturales, del ámbito empresarial y del mundo digital. Otros incluso sostienen que los valores pueden ser peligrosos para la convivencia, ya que podrían utilizarse para justificar acciones de gobiernos totalitarios (Savater y Ayala, 1992). Desde algunas corrientes de las ciencias sociales se cuestiona la importancia de los valores en comparación con conceptos más utilitarios como «necesidades», «intereses», «actitudes» y «garantías». Desde esta perspectiva, los valores parecen haber perdido relevancia científica y ser propensos a malentendidos debido a su apertura a interpretaciones diversas.
Todo lo anterior subraya la necesidad de abordar el concepto de valor. Schwartz, reconocido profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén y autoridad mundial en la teoría de los valores sociales, ofrece una definición esclarecedora:
- Es una creencia.
- Pertenece a fines deseables o a formas de comportamiento.
- Trasciende las situaciones específicas.
- Guía la selección o evaluación de comportamientos, personas y sucesos.
- Se ordena por su importancia relativa a otros valores para formar un sistema de prioridades de valores.» (Schwartz, 1994)
El humanismo cristiano ha agregado el carácter trascendente de los valores, ya que estos informan y dirigen diversas manifestaciones culturales, económicas, sociales, políticas y jurídicas.
Los valores y el entorno educativo
La percepción de los valores en el ambiente escolar es crucial. En «La vida en las escuelas», McLaren describe cómo, de manera «oculta», se educa en valores, ya sea de manera positiva o negativa, al reproducir los valores dominantes en las relaciones sociales (McLaren, 2003). A menudo, la institución educativa no se toma el tiempo necesario para abordar críticamente estos valores, dejándolos evolucionar de manera no controlada entre sus miembros. Sin una clara ecología moral y pedagógicamente incorporada en el centro educativo, es difícil calificar a la institución como «educativa». Porque lo escuela básicamente lo que hace es lograr una auténtica inserción de los estudiantes en la esfera pública, y si allí no se es capaz de examinar críticamente las relaciones interpersonales y las situaciones que surgen del microcosmos del aula, muy probablemente tendremos una institución escolar inhibida de educar en valores de forma efectiva. Los documentos identitarios de la institución escolar son muchas veces evidencia de lo anterior, es decir un texto cargado de retórica y vacío de experiencias reales y profundas.
El aprendizaje de valores
El aprendizaje de valores y el desarrollo de actitudes no se logran simplemente hablando de ellos o dejándolos plasmados en documentos. Los valores deben ser practicados para ser internalizados. En el caso del valor del respeto, por ejemplo, los alumnos no solo lo aprenden al practicarlo en el centro y en las aulas, sino también al observar cómo se ejerce en el mundo adulto, comenzando por los docentes. Lo mismo aplica para el valor de la paz, donde la organización del centro escolar debe reflejar claramente que muchas decisiones, compromisos, normas y acciones están orientadas hacia ese valor (Carreras, 1995).
No existen recetas universales para elaborar o insertar valores en el centro escolar. Sin embargo, algunos criterios pueden orientar la reflexión sobre el lugar de los valores en la educación:
- Los valores deben estar documentados, pero más importante aún es clarificar el compromiso de educar en esos valores y la forma en que se llevará a cabo.
- Los valores, normas y hábitos deben construirse de manera cooperativa entre los profesores, y luego con los estudiantes y sus familias.
- Los valores deben someterse a dinámicas de evaluación por parte de las autoridades, los líderes estudiantiles y las familias.
- Todos (incluídos el personal de servicio, los administrativos, el personal de seguridad y hasta los vecinos del centro) deben comprender claramente los valores que fundamentan la práctica educativa.
Concreción de Valores en el Centro Educativo
Un centro escolar, organizado como comunidad educativa, incluye principios sustantivos (valores, normas y hábitos) consensuados y aceptados como base de la acción educativa. Además, tiene principios de procedimiento que sirven como criterios y reglas de acción para guiar los procesos educativos y de deliberación en la comunidad escolar. Ambos elementos son interdependientes. La educación en valores implica la implementación de procedimientos propuestos y aceptados por todos los involucrados, pero estos procedimientos no pueden separarse de un conjunto de valores y normas decididos por el centro.
Una forma crucial de vivir los valores en el centro escolar es a través de las normas. Estas no deben ser simplemente un medio coercitivo o sancionatorio, sino la expresión formal de cómo se traducen en la realidad los valores del centro. El ideal es que la disciplina personal y grupal surja de manera natural como resultado de la implementación de valores y de una buena organización de la comunidad escolar. Esta combinación de principios sustantivos y de procedimiento genera una auténtica educación en valores, transformando la disciplina para fortalecer y preservar la vida de la comunidad escolar.
Evaluar la práctica de los valores
La evaluación de los docentes y estudiantes en relación con los valores no debería ser tratada como quien califica una asignatura más. Aunque es necesario tener claridad sobre el concepto de valor, lo más importante es cómo este proceso hace que la persona sea mejor a nivel individual y colectivo. ¿Cómo saber si un valor ha calado en el carácter de una persona? Les comparto algunos efectos:
- Autoconocimiento: Conocimiento de sí mismo, autoconciencia y autovaloración sobre la impronta del valor sembrada en la conciencia, manera de ser, pensar y sentir.
- Autonomía y autorregulación: Voluntad autónoma y coherencia entre palabras, acciones y sentimientos en conformidad de una jerarquía de valores.
- Diálogo: Habilidad para construir y compartir opiniones, incluso cuando hay desacuerdos.
- Transformación del entorno: vivir los valores más allá del establecimiento, en contextos diferentes al escolar, más allá de la escuela.
- Criticidad: Capacidad de dar un juicio de valor sobre la realidad con información moralmente relevante para mejorarla.
- Empatía: Internalización de valores relacionados con la cooperación y solidaridad.
- Razonamiento moral: Capacidad cognitiva para reflexionar sobre conflictos de valor, convenciones sociales e internalización de principios.
Para terminar, a pesar de que estamos a punto de ingresar al primer cuarto del siglo XXI, la formación de valores sigue siendo un problema sin resolver. La búsqueda constante del ser humano para comprender las raíces del bien y del mal ha explorado diversos caminos, sin llegar a una solución definitiva (Savater y Ayala, 1992). En ocasiones, el énfasis en la información y el simple «conocimiento» ha llevado a un analfabetismo moral que no valora la sabiduría ni el desarrollo de la conciencia. La escuela también ha fallado al priorizar temas de moda en la carrera del desarrollo cognitivo y tecnológico, alejándose de las necesidades humanas más profundas. La institución escolar no es solo el lugar del saber sino, el lugar más idóneo para iniciar la educación en valores. Los docentes tenemos, entre otras, la misión más importante que es la de ser vehículos para suscitar convicciones y transmitir valores de manera motivadora. La evaluación de valores se realiza mejor al poner a los estudiantes en situaciones que exijan la aplicación de esos valores en contextos intra y extraescolares. Porque, sencillamente, solo hay una manera de ser personas con valores y muchas para no serlo.
*Este texto corresponde a una síntesis que escribí para la revista “Innova Educa 21” de la Universidad Siglo 21, Buenos Aires, Argentina.
Trabajos citados:
Carreras, L. (1995). Cómo educar en valores: materiales, textos, recursos y técnicas (Vol. 131). Narcea Ediciones.
McLaren, P. (2003). La Vida en Las escuelas. Siglo XXI Ediciones.
Orellana, R. (2024) ‘Pedagogía de valores en la institución escolar’, in https://repositorio.21.edu.ar/bitstream/handle/ues21/28706/Revista_innova_educa_numero_4.pdf?sequence=1&isAllowed=y&fbclid=IwAR12LXifSpYluiPAz74qlzwcCUtS4N7_Jp3_i4rYO1OTi1Uu0wESsYEaiCE#page47. Buenos Aires: Universidad Siglo 21, pp. 47–55.
Savater, F., y Ayala, H. (1992). Política para amador. Ariel.
Schwartz, S. (1994). ¿Existen aspectos universales en la estructura y contenido de los valores humanos? En Ros, M., y Gouveia, V. (coords). (2001). Psicología social de los valores humanos. Desarrollos teóricos, metodológicos y aplicados. Editorial Biblioteca Nueva.