¿Somos un cuerpo que posee un alma o somos un alma que posee un cuerpo? En realidad nuestra naturaleza humana es incapaz de aislar el alma del cuerpo. Cuando las separamos nos encontramos con la muerte. Algunas personas consideran que nuestra materia es secundaria y alimentan solo su espíritu. Hay otros que creen que la espiritualidad es algo banal y solo se preocupan por la carne. ¿Qué hacer entonces?
El conocido teólogo y conferencista Christopher West nos indica que hay tres clases de personas: los estoicos, que reprimen todo lo que consideran malo para el cuerpo; los adictos, que satisfacen todo deseo que el cuerpo les pide; y los místicos, aquellos que en la presencia de Dios redirigen ese deseo insatisfecho.
Reprimir todo es ser deshonestos con nosotros mismos, y por otro lado complacer todo nos abre el camino a la esclavitud. Dios trabaja con nuestra propia realidad, por eso debemos descubrir nuestros ídolos y presentárselos al Padre, quien en su infinita misericordia sabrá perdonar e ir trabajando nuestro barro, hasta hacer de nosotros una obra de arte. Toda la creación nos señala a Dios, todo está orientado a Él, incluso nuestros deseos más profundos.
Tomemos, por ejemplo, dos personas que encuentra su debilidad en la belleza física. El uno pondrá su esfuerzo en lograr un cuerpo esbelto, irá al gimnasio cada día, tomará suplementos proteínicos para el buen funcionamiento de sus músculos, dejará de saborear manjares porque podrían hacerlo subir de peso, y si fuera el caso, incluso recurriría a la cirugía plástica para verse mejor. Por otro lado, tenemos el que cree que todo esfuerzo por verse bien es algo frívolo y fútil, no encuentra razón para acicalarse o verse presentable, cree que se malgasta el dinero en el arreglo personal y sus ropas parecen las de un pordiosero. Ninguno de los dos está en la verdadera presencia de Dios, ya que uno exalta el cuerpo y el otro lo desdeña. Aunque no se puede idolatrar al cuerpo, ésta es nuestra principal herramienta para alcanzar la santidad.
El santo no es aquel que apaga el deseo sino el que lo magnifica en la presencia de Dios, re-direccionando ese deseo a lo eterno. Por eso, la frase tan conocida de San Agustín hace tanto sentido: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que no descanse en ti”. Las cosas finitas no pueden saciar la sed que tenemos de lo infinito. C.S. Lewis, reconocido autor de Las Crónica de Narnia, también lo entendió así cuando dijo muy sabiamente: “Si encuentro en mí un deseo que ninguna experiencia en este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que fui hecho para otro mundo”.
Cada uno de nosotros estamos llamados a ser místicos. Aprender que el cuerpo es bueno, de hecho “muy bueno” porque lo creó Dios, pero debemos pensar que esta vida es de paso y que nuestra morada eterna está en la casa del Padre.