21 noviembre, 2024

¿Cómo contar una historia cotidiana pero no cotidiana? 

¿Cómo contar algo que me pasó extraordinario sin que sea extraordinario?

Porque lo extraordinario a veces se esconde en la cotidianidad y en algunos casos se hace más visible. Y a veces, aparecen como mojones de esperanza que renuevan el alma y nos dan un empujón para seguir adelante y continuar confiando en que la vida vale la pena a pesar del sufrimiento que también conlleva.

Porque la felicidad surge más plenamente y más palpable luego de haber atravesado alguna tormenta o después de un esfuerzo muy grande, o en el propio trayecto de una enfermedad brava o en medio de una charla con otro que está cabizbajo y anda buscando respuestas y algún hombro para apoyarse un rato o una oreja que simplemente le preste atención. 

Momentos de felicidad. Instantes de esperanza que son como luciérnagas, que en medio de la noche oscura aparecen y nos invitan a seguir creyendo. Destellos de luz. 

Como ayer que, sin querer, terminé charlando con unos desconocidos e intercambiando contactos para ayudar con una necesidad que tenían. Vivencias únicas. Luciérnagas en el camino. Minutos de felicidad. Chispazos de esperanza que hacen que el corazón lata más fuerte y el cuerpo funcione mejor. 

Porque en medio de las dudas, en medio del dolor, en medio de las no respuestas y aun de la profunda tristeza, Dios sigue apareciendo.  

Y en esa mezcla de experiencias favorables y desfavorables, fáciles y difíciles, agradables y desagradables los milagros suceden. Y nos permiten acercarnos incluso mucho más íntimamente a otros que están sufriendo. Y el fenómeno del encuentro se produce y volvemos a respirar profundamente y de repente, como algo mágico, la alegría aparece y el sentido de humanidad resurge y entendemos que la vida vale la pena. 



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