Los ecuatorianos vivimos inmersos en una sociedad donde el fanatismo parece haberse apoderado de muchos. Tenemos en una vereda a los fanáticos de Rafael Correa, líder de lo que llamamos «izquierda» o socialismo del siglo XXI, y del otro lado a los fanáticos de Daniel Noboa, quien, en estos momentos, al menos de manera transitoria, lidera lo que la gente identifica como «derecha» y en lo cual el joven millonario sueña en convertirse.
Si bien es cierto, la polarización política del país no es un hecho nuevo, parece ahondarse cada día más, y aunque el correísmo ha calado profundamente como un virus en unos, no se quedan atrás sus adversarios, pues, ante el deterioro de la imagen pública de aquellos que se pintaban como impolutos -y ahora se sabe que comparten el mismo albañal- buscan desesperados una figura que los represente, porque así es nuestro pueblo que, aunque no tenga trabajo, ni educación, ni atención sanitaria eficiente, se contentan con una cerveza, un equipo de fútbol y un ídolo que llene su corazoncito.
Los últimos acontecimientos ocurridos en la embajada de México ubicada en Quito, han ahondado más las rivalidades entre ambos grupos, y aunque no pueden existir dos verdades, una gran masa del pueblo actúa como si así lo fuera. No hubiera querido opinar sobre este tema, pero muchas son las solicitudes que he recibido pidiendo mi pronunciamiento, el cual, como siempre, trataré de hacerlo de la forma más equilibrada y pragmática posible, pues la verdad no pide favores a ninguno de los dos grupos.
En primer lugar, me parece un desacierto -por decir lo menos- la decisión del presidente Daniel Noboa, de allanar la embajada de México con fuerzas policiales, muy por encima de las razones que él crea que lo asisten, o diga tener, y muy por encima del presunto respaldo de sus acólitos y de su amigo del norte con el cual -dicho sea de paso- mantiene una estrecha sociedad por medio de la entrega de nuestra soberanía en aquel mal llamado «estatuto de las fuerzas» que la errática Corte Constitucional avaló con el silencio cómplice de los Asambleístas, incluso de quienes -se supone- debieron protestar, precisamente por ser del bloque opositor.
No tildo de desacertada la decisión de Noboa por antipatía hacia su gobierno, ni hacia su persona, sino porque así lo dice el Derecho Internacional, por eso la comunidad internacional entera lo rechaza, aunque algunos lo hagan solo de los dientes hacia afuera, por el sofisticado arte de la hipocresía diplomática que izquierda y derecha manejan como prodigiosos magos.
No, no se trata de criterios, sino de lo escrito textualmente en el Art. 22, numerales 1, 2 y 3 de la Convención de Viena de 1961 sobre Relaciones Diplomáticas, corroborado en el Art. 11 de la Convención de Viena de 1963 sobre Relaciones Consulares, normativas de ineludible cumplimiento, que se ubican en segundo lugar jerárquico después de nuestra Carta Magna conforme lo señala en su Art 425, de manera que, es INDISCUTIBLE la grosera violación del derecho internacional por parte del presidente Noboa, perjudicando de paso a muchos ecuatorianos que mantienen vínculos comerciales con el país de los tacos y el tequila.
Pero, si tosco y vergonzoso es lo hecho por Noboa, también es infame y repudiable lo actuado por el gobierno de López Obrador, quien viola el Convenio de Montevideo sobre Asilo Político de 1933, el cual en su Art. 1, numeral 10, tercer inciso, establece -entre otras cosas- que “No es lícito a los Estados dar asilo en legaciones, a los inculpados de delitos comunes, que estuvieren procesados en forma o que hubieren sido condenados por tribunales ordinarios”.
Además, el gobierno de México también ha violado la Convención de Caracas, que en su Art. 3 establece que
“No es lícito conceder asilo a personas que al tiempo de solicitarlo se encuentren inculpadas o procesadas en forma ante tribunales ordinarios competentes y por delitos comunes, o estén condenadas por tales delitos y por dichos tribunales, sin haber cumplido las penas respectivas”.
En el caso Glas, es notorio y evidente que este incidente diplomático comenzó el día en que México violentó el derecho internacional dando asilo a quien se encuentra en condición de reo, con dos sentencias en estado de ejecutadas, no cumplidas en su cabalidad y un tercer caso en etapa de investigación, y estos no son simples criterios, sino actos judiciales.
Cierto ciudadano muy conocido en el país como analista político, alineado con el correismo, ha tratado de justificar su postura a favor del reo Glas, diciendo que al estar en libertad condicionada, podía ingresar a la embajada de México y luego salir del país, lo cual es una aviesa manera de pervertir la verdad y confundir a quienes no conocen de derecho internacional ni se dan el permiso de pensar con objetividad, pues este analista no menciona a propósito que el régimen carcelario llamado “abierto” en el cual está Glas, lo obliga a estar dentro del país y presentarse ante el Juez de Garantías Penitenciarias periódicamente, de manera que en el momento que ingresó a la embajada de México ya se convirtió en un prófugo de la justicia.
De modo que hay que poner cada cosa en su lugar, y en ese ejercicio, es necesarísimo estar consciente que todo este caso está contaminado de ideología política y fanatismo ciego, tanto es así que, los correistas y los llamados de «izquierda», tienen amnesia selectiva, pues no se acuerdan que el régimen de Castro en Cuba, violentó la embajada de Ecuador, no en una, sino en dos ocasiones, la primera en 1961 y la segunda 20 años después en 1981 durante la administración de Jaime Roldós.
Entonces tenemos dos posturas igualmente torcidas: Por un lado, los acólitos de Correa y de su socio Glas, jamás admitirán sus delitos, así sobreabunden las pruebas e, incluso, consten las confesiones de parte, pues para ellos, Glas y todos los funcionarios de su gobierno que están presos o prófugos, son unos dulces angelitos víctimas de persecución política, mientras que, para los anticorreistas, son contumaces delincuentes dignos del cadalso; pero claro, los mismos delitos perpetrados por sus ídolos de la derecha, serían simples calumnias. Ahora mismo, mientras leen este episodio, muchos celebrarán la parte que afecta a los otros, y odiarán la parte que les afecta a ellos. Por absurdo que parezca, el Ecuador es como esas películas donde hay dos finales diferentes, a gusto del espectador.
Finalmente, también es evidente que ninguno de los “analistas” hablan sobre las normas penales que han antecedido a esta situación, como es la irrisoria sentencia para quien, según el mediocre y corrupto sistema judicial ecuatoriano, habría perjudicado al Ecuador con decenas de millones de dólares, delito por el cual merecería por lo menos unos 50 años de cárcel. Pero en la consulta popular de Noboa -que ahora se siente Superman- nada se habla de ello. Yo estoy seguro que si se preguntase al pueblo sobre multiplicar por cuatro o por cinco los años de cárcel por delitos de peculado, cohecho, concusión y enriquecimiento ilícito, al menos el 90 % votaría a favor, incluyendo correistas y noboistas.
Pero, el fanatismo conviene a nuestra casta política y por ello lo cultivan con esmero, pues juegan con un pueblo alienado e intoxicado por la mentira; por eso, no es saludable discutir con fanáticos de izquierda, ni de derecha, ni de ningún punto horizontal, porque la verdad solo viene de arriba, esto es, de lo ALTO, así con mayúsculas, donde el fanatismo rastrero no puede mirar, porque no es capaz de levantar su cabeza, mucho menos alcanzarla.