21 noviembre, 2024

El anciano en la calle

El título de este artículo lo tomé de unas reflexiones sobre estoicismo que publican en una página de Instagram. Resulta que esas reflexiones fueron muy familiares para mi, ya que suelo tener pensamientos similares a los que se mencionan en la página.

Se trata de ponerse a pensar en aquellas personas que ya fallecieron y los cambios que notarían en las calles, si volvieran al mundo en la actualidad.

Solía pensar eso cuando mi abuelo paterno murió. Asomada en la ventana del departamento en que vivía, en el centro de Guayaquil, pensaba en él y en lo cambiado que vería todo. Y eso que, en esos días, treinta y cinco años atrás, no se habían dado los cambios que tenemos hoy. Solo con pensar en  lo distintas que están las avenidas: 9 de octubre, Quito y Machala. Mi abuelo no lo podría creer. Más aún el abandono en el que está el centro de la ciudad. Por el lado de mi familia paterna somos “del centro”, pues casi toda nuestra vida vivimos ahí. Era tan fácil caminar e ir de un lado a otro, sin temor alguno. Ahora no se puede, no con la despreocupación de antaño. Las calles han cambiado, los edificios también, hay tantas caras nuevas…

Lo mismo le ocurriría a mi mami, quien del centro fue a vivir al sur y luego se vino para la vía a Daule. Por la que fue su última casa, ella no podría creer la cantidad de centros comerciales que hay, hasta la enorme iglesia; ella escuchaba misa campal en un pequeño centro comercial cerca de su casa.

Y mis queridos suegros, del Barrio del Centenario, creo que volverían a morir de pena, por el colapso de ver a su querido barrio tan distinto y para mal, sin conservar casas que deberían ser patrimoniales, con edificaciones que dañan la estética y la armonía del lugar.

En fin, son mis reflexiones. Pero no se quedan ahí. Cuando yo no esté, es lo que sigue. ¿Qué cambios se harán? Suelo hacerme esta pregunta: ¿será la última vez que venga por aquí, que vea esto, que camine por esta calle? Se refieren estas reflexiones a que nada es permanente en la vida y a que todos somos pasajeros y prescindibles. El asunto es no quedarnos en eso, puede ser deprimente. Hay que ir un poco más allá, si soy prescindible, pero, ¿qué puedo hacer para que quede algo de mi que dure más que mi propia vida? Mis abuelos, mi mami y mis suegros dejaron muchas cosas, siguen viviendo en los que los amamos y en muchas personas que guardan con gratitud y afecto sus acciones generosas, sus recuerdos, quedaron sus buenas obras, su ejemplo de vida…

El anciano en la calle es todo aquel anciano que se cruza en nuestro camino y nos invita a meditar sobre la brevedad de la vida y cuan intensamente hay que aprovecharla para hacer las cosas de la mejor manera, lo que sea que hagamos, y ser felices siempre que podamos serlo.


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Era una vertiente desbordante de paz y ternura. Había creado para sí mismo un universo regido por principios superiores.

De sus decisiones dependía el destino y la sobrevivencia de todo lo que había concebido. Poseía una imagen sencilla. Vivía austeramente y su corazón estaba cundido de ternura. Se erigía como un ser cuya grandeza se encontraba en la humildad.

Gesticulaba pausadamente con ademanes sencillos. Hablaba con una voz que no era gruesa ni solemne, sino llena de bondad.
Veía a la tierra como su jardín. Los mortales eran sus flores y las tenía de todos los colores. Había tantas y se llevaban tan bien entre ellas, que se mezclaron para originar nuevas especies.

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