Luego del paso de un huracán todo queda desecho. Después de un terremoto o un bombardeo, entre los escombros buscamos lo que queda de vida. Ante una discusión acalorada, hay un ofendido. La vida nos muestra que siempre que hay violencia habrá destrucción. No importa la intensidad, basta un mínimo desequilibrio para que nos enfrentemos a pérdidas de las que después nos podemos arrepentir. Esta es mi reflexión a partir de lo sucedido en la relación México-Ecuador, así como en las guerras activas en el mundo hoy.
Nos han enseñado a ponernos en bandos y a ser de un equipo o del otro, como si fuera un partido de fútbol. Pero ¿cómo podemos ponernos a favor o en contra de una u otra parte si todos sabemos que somos seres tan complejos e imperfectos que nadie ha hecho lo correcto? Podemos identificarnos con uno más que con otro, podemos incluso decir que porque soy de tal o cual país me corresponde respaldarlo. ¿Pero y si lo que respaldamos es la paz? ¿Eso es válido?
Quizá ante esta propuesta saltarán quienes consideren que esa actitud es de cobardes, o que quienes queremos paz no estamos comprometidos con nadie. Yo pienso más bien que esa actitud es de valientes, porque es ir contra corriente ante el pensamiento general de que hay que tomar partido y atacar. Es de valientes porque lo más fácil es pelear, discutir y vengarse. Es de valientes porque se busca algo que con dificultad se encuentra y, en esa búsqueda, puede haber rupturas y alejamientos de quienes piensan lo contrario.
Por otro lado, quienes buscamos la paz no es que no estamos comprometidos con nadie. ¡Al contrario! Estamos comprometidos con todos, con las dos partes que se enfrentan, con las víctimas de los enfrentamientos y con los que aplauden o rechazan. Quien busca paz va más allá del hecho, comprende que en este mundo todos hemos venido a aprender y a desarrollar algo que ha sido tergiversado con el pasar de los años: el amor.
En la búsqueda de esta paz, nos preguntaremos qué hacer para sostenerla. Unos opinarán que la oración, otros que la espiritualidad, la meditación o aplicar una creencia particular. Esa búsqueda, tan personal y privada, recorre el camino que cada individuo le quiera trazar. En ese camino cada quien se encontrará con virtudes, como la capacidad de escucha, la tolerancia, el respeto, la compasión. E irá comprendiendo que todo suma para conseguir la paz y todo suma para llegar al amor.
No faltará quien piense que eso de poner la otra mejilla no es lo suyo, que es una actitud de idiotas y que habrá paz cuando la contraparte se disculpe, cuando el otro haga o deje de hacer lo que está causando daño. Pero estoy segura de que habrá quienes encuentren en el camino de la paz herramientas como el diálogo. En ese camino, maduro y consciente, surgirá la aceptación y el compromiso de cambio. ¿Será posible esto o es una utopía? ¿O es el camino únicamente de quienes ya vieron con sus propios ojos todo lo que se pierde cuando se actúa con violencia?