Nos hemos mal acostumbrado. Hemos hecho de las discusiones un espectáculo sangriento en el que hay de todo: insultos, amenazas, lágrimas y burlas. Es todo, menos una batalla de ingenio, un tira y afloja en que la tensión de fuerzas produce un aprendizaje realmente valioso. Y es que hace falta enseñar a nuestros a estudiantes a discutir. A caer en la cuenta de que las discusiones deberían ser normalmente amistosas. Y a disfrutar activamente en el intercambio de réplicas y contra réplicas de la misma manera como se puede gozar un partido de tenis o una partida de ajedrez.
Aunque hay una gran diferencia entre los deportes y la discusión. Discutir no debería reducirse a algo de ganar o perder. Se trata de aprender, de prepararse construyendo y expresando argumentos convincentes, y de saber decirlos con elocuencia para “convencer” -no vencer- a nuestro adversario, o sencillamente poner sobre la mesa de las explicaciones nuestras barajas de premisas o dejar sin piso en que apoyar los argumentos contrarios.
Pero ¿es esto lo fundamental en una discusión? La respuesta a esta pregunta normalmente es que no, aunque dependerá del contexto en el que se desarrolle discusión. Si, por ejemplo, formamos parte de un equipo de debate, en que se espera que haya adversarios, habrá en última instancia, un vencedor escogido por un jurado. Sin embargo, no todas las discusiones se desenvuelven en este marco competitivo. Con frecuencia animo a mis estudiantes y colegas a realizar discusiones y debates no solo como una estrategia de evaluación efectiva del conocimiento sobre algún tema, sino además para que se ejerciten en el razonamiento verbal, en la capacidad de escucha y de resiliencia.
No obstante, no todas las discusiones son así. En la vida diaria estamos expuestos a un sinnúmero de discusiones cotidianas, con los compañeros de trabajo, con la vendedora de la panadería, con quien te atiende en la ventanilla del banco, o con tus hijos mientras se sirven la cena. Y es que las discusiones deberían volverse en una herramienta para resolver problemas, una oportunidad para re-aprender y la ocasión más saludable para llegar a un acuerdo.
En este sentido, la pedagogía de la discusión tiene como propósito la exploración de ideas y la resolución de problemas. Aquí no hay ganadores ni vencidos. No se enseña a discutir para vencer, se enseña a defender un punto de partida, pero también se enseña a renunciar a él a causa de las pruebas del contrario que se vuelven indiscutibles. Se podría decir, de acuerdo con Ferner, que es una “pérdida epistémica” en la que aparentemente uno pierde y el otro gana, pero es realmente el “perdedor” quien ha ganado, porque ha sustituido una idea errónea o una creencia falsa por otra que probablemente sea verdadera.
Además, cuando usamos la discusión como una forma de resolver problemas, todos salimos ganando. Aquí el elemento central no es la defensa de una postura al precio que sea, sino lograr la comprensión, llegar a acuerdos y acercarnos a la verdad. Es una discusión dinámica.
Propongo tres sencillas, aunque difíciles, reglas para empezar a enseñar y aprender a discutir. La primera, se refiere a apuntar siempre a la verdad. La segunda, escuchar activamente al adversario. Y la tercera, a discrepar siempre con respeto.
En cuanto a la primera regla, la de buscar la verdad. Me parece que cae por su propio peso ético. Desde la tarea educativa, solo añadiría que cuando en una discusión uno de los rivales miente, priva la capacidad de razonar tanto al que miente como al que no lo hace. La verdad no se edifica sobre la mentira.
Segundo, la escucha activa es fundamental. Se trata de afinar nuestros sentidos para recoger toda la información posible del interlocutor: el contenido verbal o escrito, pero también darnos cuenta qué hay detrás del mensaje. A veces, lo que subyace revela información que sobrepasa a las ideas y describe lo que realmente vive la otra persona. Si no se escucha, no es posible interpretar y no se puede opinar objetivamente.
En la tercera regla quisiera detenerme un poco más. Me parece genial la frase, aunque un poco desgastada por el mal uso, de “con todo mi respeto, pero discrepo”. Respetar básicamente es reconocer la dignidad de la otra persona (Flores, 2019). Implica en la práctica no descalificar al otro, es no decirle “tonto” aunque diga tonterías. Es no gritar, es no burlarse, es despojar al otro de la oportunidad de defenderse por medio del razonamiento. En muchas discusiones quizá se pierda la admiración del uno por el otro, pero siempre se debe conservar el respeto, es decir, el reconocimiento de la dignidad humana.
Seguramente se pueden añadir otras consideraciones importantes (Ferrer,2015), pero les invito a enseñar a discutir a nuestros estudiantes, para buscar la verdad, para escuchar realmente el mensaje del otro, aunque solo sea ruido; para respetarlo y reconocerlo como ser humano; y así transformar las discusiones en herramientas efectivas de aprendizaje y resolución de problemas en todos los ámbitos de la vida.
Obras citadas:
Ferner, A.M. (2020) Pensar Diferente: Abra La Mente. Filosofía para la vida contemporánea. Blume.
Flores, P. (2019) ‘¿Qué significa aprender? Preguntar, pensar, Aprender desde la Mirada de Filosofía Para Niños’, Praxis y Saber , 10(23), pp. 39–59. doi:10.19053/22160159.v10.n23.2019.9689.
Ferrer, J. (2015) 7 claves para discutir sin enfadarse (by Juan Ferrer): Te quiero marketing!, Te quiero marketing! | Blog colaborativo de profesores/as, estudiantes y profesionales que amamos el Marketing ¿Nos acompañas? Available at: https://blogs.deusto.es/tequieromarketing/7-claves-para-discutir-sin-enfadarse-by-juan-ferrer/ (Accessed: 17 April 2024).