21 noviembre, 2024

La corrupción es global: ¿Cómo cortarla? 4/6

Gracias a valientes pensadores como Dante Alighieri, llevando contra las cuerdas al statu-quo, propuso que el estado y la divinidad religiosa no deben mezclarse. Décadas más tarde, John Locke, que a pesar de ser un defensor de la religión, consideraba que el estado no debía inmiscuirse en un asunto tan íntimo del individuo y propuso que el estado debería de contar con más poderes para asegurar su balance, lo cual constituye la base de nuestras democracias de hoy. El estado estaba para servir al ciudadano y su responsabilidad era de preservar la vida, libertad y propiedad; de no cumplirse, el ciudadano estaba facultado de rebelarse. 

Para tener claro el contexto, en la época de Alighieri y Locke, la iglesia era quien legitimaba al monarca en su puesto, ambos co-gobernaban todos los aspectos de los ciudadanos. Las libertades y valores adquiridos por nuestras sociedades durante siglos se están perdiendo entre cortinas de humo, ideologías de género y degeneración moral de la mano del oligopolio mediático. Detrás de ello una elite económica espera consolidar su poder utilizando a gobiernos y organismos globales para dividirnos, romper nuestra esencia y nuestro espíritu.   

Siendo el dinero el medio de intercambio comercial imprescindible para cualquier actividad del individuo que a su vez mantiene a gobiernos corruptos electos por nosotros mismos, bajo sistemas de partidos y elecciones manipuladas, todo ello nos faculta a rebelarnos. Es tiempo de separar al estado del dinero, esa es la solución de raíz. Esta idea como tal no es descabellada, ejemplos de países donde gobernantes y ciudadanos decidieron tomar las riendas y soberanamente prioriza lo que les convenía, si existen. Suiza, estuvo en medio de dos guerras mundiales y aún mantiene su moneda, no es parte de la unión europea, no pertenece a la OTAN, y sus políticas comerciales las dictan sus propios cantones. Singapur, de ser un pueblo de pescadores y contrabandistas recientemente independizado en 1965 pasó a ser un centro financiero global, situándose entre los top 20 mejores países para el desarrollo humano. 

En nuestra región, El Salvador, paso a ser el país más seguro de Latinoamérica, vale destacar la sabiduría del gobierno de Bukele en saber atacar a la raíz del problema. Para acabar con la delincuencia, tenía que desenmascarar a los organismos internacionales que preferían velar por los delincuentes y al oligopolio mediático que criticaba cada una de sus acciones. El sigue manteniendo su línea frontal y como invitado especial en la conferencia política de acción conservadora (CPAC) en Estados Unidos, no le tiembla la voz y cita a Bill Clinton como uno de los responsables directos de la desgracia del Salvador y a George Soros, fundador de Open Society, quien proveyó fondos a organismos internacionales, prensa e inclusive enemigos políticos para desestabilizar su gobierno. 

Ecuador también ha tenido líderes que se han desmarcado de injerencias extranjeras y velado con visión nuestro bienestar. Jaime Roldos, dio un mensaje claro a la comunidad internacional declinando la invitación a la investidura presidencial de Reagan por la intromisión de Estados Unidos con asuntos del régimen sandinista de Nicaragua. Años más tarde León Febres Cordero, desterró de raíz las  nacientes organizaciones  terroristas, un logro muy respetado, dado a la influencia de los países vecinos que estaban consumados por este mal, pero él  también ya nos alertaba de la extraña atención del consejo de  derechos humanos por preocuparse más por el bienestar de los criminales.  

La separación del dinero con el estado será un complejo desafío y tendrá dos pilares: Trazabilidad y Descentralización, además analizaremos las herramientas y experiencias que ya tenemos a la mano. 



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Hace más de dos mil años, Cicerón insistía en los deberes del hombre de Estado y destacaba dos preceptos de Platón: 1) atender sólo al bien común y 2) atender a todo el Estado, no a una parte, y advertía que si se viola este segundo precepto, la ciudad (el país) es presa de la discordia. Más adelante recordaba que el hombre de Estado debe atenerse en todo y por todo a la justicia y a la honestidad.

Estos principios tan veraces, antiguos y tan puestos a un lado por la desmedida ambición de los gobernantes de turno, no sólo en Ecuador sino en el mundo, con pocas y honrosas excepciones, son los que deberían servir de base para una revolución que cambie para bien la estructura de nuestro país.

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