Como a cualquiera que le guste ver un partido de futbol, me molesta una decisión arbitral que contradiga de manera flagrante lo ocurrido en el campo de juego. Aunque somos conscientes de que el rol del árbitro es juzgar en cuestión de milésimas de segundo la acción efectuada con su pies o manos por un jugador, también lo somos de que intentar cambiar lo que vemos con nuestros propios ojos va mas allá de la simple equivocación. Aun cuando no son comparables en sus consecuencias con otras decisiones que forman parte de nuestra vida y que nos afectan a diario en lo personal y en lo familiar, la semejanza que encontramos en la subjetividad que las causa y en el error producido, que nos hace pensar en una injusticia ominosa, es inevitable, pues en ambos casos estamos hablando de interpretar normas y de aplicar sanciones. Una situación que casi siempre genera inconformidad en los seguidores del equipo que se siente perjudicado y que alimenta divisiones y odios en el futbol similares a los de la política. La liga de futbol española es un buen ejemplo de ello.
Parte del problema principal radica en que si las normas que regulan el juego son muy abiertas y dejan un amplio espacio a la subjetividad, la interpretación del encargado de aplicarlas cuando no existe un criterio uniforme al respecto, una tarea que corresponde a las federaciones deportivas nacionales e internacionales, no va a ser siempre la misma, dando lugar a la desconfianza del público y a que se piense mal de los árbitros.
Solo en el futbol y en el baloncesto, dos de los deportes mas populares y extendidos internacionalmente donde el contacto físico es inevitable, sobre todo, en el primero, la acción humana manisfestada en empujones, agarrones, choques corporales o movimiento de los brazos y de las manos para atacar el balón, es convertible en penaltis, tiros libres o expulsiones por solo mencionar algunas de las posibles penalizaciones o correctivos aplicables. De ahí el título de este artículo.
No recuerdo cuándo surgió la pregunta, pero me viene rondando desde hace ya algún tiempo. Probablemente desde que se instauró la arbitraria regla del mal llamado “tiempo de descuento”, que ha hecho imposible determinar con exactitud cuanto va a durar un partido de futbol transcurrida la primera mitad y, sobre todo, pasado el minuto noventa, la segunda. Un pequeño tiempo añadido, en realidad, de duración variable, y que se presta para situaciones totalmente irregulares, que pone los pelos de punta a los seguidores y a los entrenadores de los equipos. Aunque también pudiera ser desde el momento en que la interpretación del offside o fuera de juego se hizo tan suigéneris, hasta el punto de intentar convencernos de que un jugador puede estar adelantado de manera válida, esto es, sin causar interferencia o influir en el ataque, y marcar un gol casi de inmediato, desde esa misma posición, bajo la óptica de que se encontraba habilitado por otro jugador del quipo contrario en el momento de producirse la jugada. O, tal vez, fue desde que los penaltis se interpretan mirando una pantalla con criterios más que discutibles que hasta pueden parecer arbitrarios sobre lo que es o no es mano dentro del área, o lo que es o no es fuerza o roce suficiente para causarlos.
Si bien antes del VAR los criterios del árbitro también causaban polémicas eran, al menos, más consistentes de cara al público, que dispone hoy en día de mucha informacion tangible para comparar y evidenciar las contradicciones entre el VAR y el árbitro de campo. Eso sin contar que dicha tecnología tampoco soluciona el problema de los jugadores que se tiran buscando intencionalmente la falta o que el balón le dé en el brazo o en la mano a un contrincante, algo que no tiene justificación. Visto en su conjunto, una verdadera lotería.
Y así pudiéramos seguir señalando otras situaciones difíciles de comprender como, por ejemplo, la cambiante interpretación arbitral de las acciones ilegales previas al gol, algunas ocurridas con mucha antelación, que según el VAR inciden en él y lo anulan, o las de lucha libre que se practican de manera abierta en el área pequeña, principalmente cuando hay tiros de esquina, sin que el árbitro haga nada, como si no tuvieran importancia, mientras que un roce de brazos o un pequeño toque de pies entre el atacante y el defensor cerca de la portería son sentenciados categóricamente.
Por estas razones, cada vez que veo un partido y se produce un hecho fortuito de esos que acabo de mencionar y que acaba siendo determinante en su resultado, se me hace difícil negar el parecido que el futbol está adquiriendo con uno de esos juegos en que la suerte y el azar son las que deciden y no los jugadores o las estrategias. Y eso que no estamos tomando en cuenta el llamado caso Negreira o el caso Rubiales, por respeto al principio de presunción de inocencia, por qué si no…