Como todos los de mi generación, admiré a Kennedy y lamenté su muerte como si de alguien muy cercano se tratase. John F. Kennedy fue el primer presidente católico y pertenecía al partido demócrata. Reemplazó al republicano Dwight Eisenhower. Dicen que el triunfo lo alcanzó Kennedy no solo por el espaldarazo económico de Jack, su padre, sino porque se lució en el primer debate televisado de la historia de los Estados Unidos.
Estados Unidos estaba en la cúspide de su poderío económico, industrial, político y de influencia internacional. Tenía hegemonía en el mundo. En los 5 continentes, exceptuando Europa nos transportábamos en autos fabricados en los EEUU de América y su industria era reconocida como la mejor del globo terráqueo.
El 17 de febrero de 1966 estando mi marido y yo en una de las aceras de la 5ª Avenida de Nueva York, pasó desfilando junto a nosotros Robert F. Kennedy. Esperaba que fuese el siguiente presidente, pero fue asesinado en Los Ángeles poco tiempo después. Ganó Richard Nixon, que había sido vicepresidente de Eisenhower; terció con Hubert Humphrey, vicepresidente de Lyndon B. Johnson, a quien lo vi dando un discurso en un parque de Filadelfia, desde en un bus turístico, me bajé sin pensarlo dos veces, escuché lo que dijo con perfecta dicción y claridad; me gustó y tuve que hacer la visita turística a pie y en taxi, menos mal que un joven caribeño me vio bajar, me siguió y me acompañó esa tarde. Entonces la gente era respetosa y buena.
Perdió Humphrey, a pesar de su mayor preparación y experiencia, porque Eugene McCarthy fue el demócrata favorito de los jóvenes ya que se oponía a la guerra de Vietnam, al perder la nominación, no tuvo la generación emergente, la ilusión de votar por el demócrata más viejo y conservador y así ganó el menos popular aún, Richard Nixon.
Entonces vivía en los Estados Unidos. En 1967 egresé de la primera promoción de la carrera de Derecho de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil y obtuve, a través de la Comisión Fulbright, 4 becas, la Fulbright, Ford, del gobierno americano y del IIE (Institute of International Education) que incluía pasajes, un curso en la Universidad de Princeton, una Maestría en la de Nueva York, gastos médicos y 2 entradas semanales a espectáculos.
La guerra de Vietnam inició el declive en la grandeza de los Estados Unidos. La cúspide llegó en 1969, según nuestros profesores universitarios, que eran mayoritariamente afiliados o simpatizantes republicanos; no sabían que la guerra no declarada de Vietnam estaba perdida; desconocían el valor, el ascetismo y el patriotismo del pueblo vietnamita, ni que vivían en cuevas, donde las bombas ni el napalm no les afectaba. Esa guerra fue tan larga que ocurrió en períodos presidenciales republicanos y demócratas.
Visitamos los becarios Washington durante el gobierno de Johnson, fuimos recibidos en un coctel por Dean Rusk, secretario de Estado, con quien conversé y por el ministro de la Corte Suprema, justice William J. Brennan Jr., en cuya casa en Princeton había almorzado.
Fuimos invitados a la Casa Blanca en tiempos de Nixon, nos recibió John Erlichman, después uno de los hombres del presidente en el escándalo de Watergate, que precipitó la caída de Nixon y su vergonzosa destitución por haber mentido.
Al finalizar los estudios en NYU, la IIE me ofreció una beca para un doctorado en Harvard que tuve que rechazar porque estaba por tener a mi segundo hijo, que resultó ser mi hija Tatiana García Plaza.
Tuvo que llegar Henry Kissinger, judío alemán nacionalizado estadounidense (secretario de Estado de Nixon y de Gerald Ford) para asumir el fracaso de Vietnam, primera derrota norteamericana. No me detengo en este personaje que ha llenado páginas de diarios, revistas y libros. Ha sido amado y odiado.
Regresé a la universidad de NY en 1981 para un seminario de “mergers an acquisitions” (fusiones y adquisiciones) de moda entonces, y todos los conferencistas eran demócratas; y un anatema ser republicano.
Me he extendido demasiado. En la próxima me referiré a la visión de política exterior de EE. UU. De Trump y de Biden.
Han visto como pretenden dragar la sedimentación de décadas con una draguita que desde el punto parece de juguete. A este paso, nos quedaremos sin ríos. El Daule está cada día más estrecho y comienza la sedimentación junto a la isla Mocolí, producto del descuido anterior. Antes esos ríos eran navegables. Dragar bien con dragas grandes y continuamente debe ser una imposición a los consejos provinciales, donde han robado tanto.