21 noviembre, 2024

Mirar a los que menos miran

Mirar a los que menos miran. En el arte de mirar a los que menos miran, descubrimos la gracia de la verdadera compasión. Es en el silencio de nuestra atención donde las voces olvidadas encuentran eco, donde las vidas aparentemente marginales revelan su sagrado misterio. Mirar a los que menos miran no es simplemente observar, sino abrir el corazón a la presencia silenciosa de aquellos que esperan ser reconocidos en su humanidad plena. Es en este acto de contemplación humilde y sin pretensiones donde aprendemos a despojarnos de nuestros propios juicios y expectativas, y a abrazar la belleza oculta en la sencillez y vulnerabilidad de cada ser humano.

Podemos recordar a Jesús en el huerto de Getsemaní, aquella noche oscura donde oró y tembló ante la inminencia de su destino. Jesús, en su humanidad más cruda, experimentó el abandono y el desamparo cuando exclamó: «Padre, ¿por qué me has abandonado?». En ese momento, Jesús no solo mostró su vulnerabilidad, sino que nos reveló un Dios que no interviene con milagros espectaculares, sino que se manifiesta en la ausencia, en el vacío de respuestas fáciles.

Mirar a los que menos miran es un acto que va más allá de la mera observación; es entrar en el espacio donde residen nuestras propias angustias y abandonos. Al mirar así, reconocemos en el otro nuestra propia fragilidad y la presencia de un Dios que se hace sentir en lo más profundo del dolor humano. En esos encuentros silenciosos, descubrimos que no estamos solos, que hay una compañía divina que, aunque no siempre visible, sostiene y da sentido a nuestra existencia.

Al igual que Jesús, que en su calvario mostró una humanidad plena y una divinidad que se revela en la entrega total, nosotros también aprendemos a encontrar en los rostros de los invisibles la expresión más pura de la presencia divina. Es en esos momentos de mirar con compasión y sin juicio donde entendemos que la verdadera presencia de Dios se encuentra en la conexión profunda y genuina con el otro, en la aceptación de su vulnerabilidad y en el reconocimiento de su valor intrínseco.

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