Nixon no tiene rivales. Habiendo perdido frente a Kennedy (1960) y Brown (1962), era un cadáver político a los 49 años de edad. Johnson decidió no ir por la reelección y Nixon resurgió de las cenizas políticas venciendo a Humphrey en las presidenciales (1968) y ampliamente reeligiéndose ante McGovern (1972). Con 61 años tuvo la madurez, conciencia y visión de entregar la presidencia a Ford (1974).
El reciente debate entre Trump y Biden fue apenas un pobre show mediático entre un expresidente, delincuente aún no sentenciado, y un presidente con evidenciadas facultades cognitivas propias de un verdadero anciano. Los detentores del poder democrático estadounidense así lo han condicionado y las sombrías especulaciones son señales de alerta de lo que podría suceder cualquiera sea el desenlace. En lo político, Harris debería ser la única en suceder a Biden en la candidatura. De no ser así, debería retirarse porque confirmaría un liderazgo de poca envergadura. Las nuevas generaciones de políticos no son aún pesos pesados, pero en lo trascendental, difieren de otras que realmente gravitaron en ambos senderos del bipartidismo. Biden no es Nixon, tampoco LBJ; Harris dista de ser algún Ford, y ni de cerca, acaso un W.H.W. Bush.
En lo que respecta al Ecuador, lo más probable es que nada cambie independientemente del resultado en noviembre. Su decadente sistema político no le permite ser estratégicamente significativo en el largo plazo para la Casa Blanca, quedándonos solo abocados a un fracaso al cual ya estamos habituados.
Muy ciertas las apreciaciones de Gonzalo Zurita y de Jorge Pino.