18 septiembre, 2024

Guantes de colores

En esta ocasión les presento mi micro cuento de terror, Guantes de colores, publicado en la antología literaria: Desde la tumba, por Goldeditorial, Colombia, (febrero 2024).

 

Guantes de colores

Era de noche, mis dos hijas y yo estábamos en Londres. Las niñas apagaron el interruptor 119, llevaban en sus manos guantes de colores, hacía mucho frío. Por el salón sábanas esparcidas contaban historias, como la de la fiesta del club que yo organizaría para un viejo conde. Asistirían médicos jubilados. Unas chicas cantaban: “vi, vie, jo”. La voz de las cantantes entraba por mis orejas. El sonido era tan afilado que partió en dos mis oídos dejándolos bañados en sangre. 

Santiago, el padre de las niñas, observaba. Al verlo, salí. Sin saber a dónde ir, subí y bajé una loma. Llegué a mi casa, muy lejos de aquel lugar, en América. Llegué como se llega a los lugares en los sueños, sin saber como. En la casa pasaban cosas extrañas, sobre todo a Santiago y él se ponía muy loco, como si fuera un asesino en serie. 

Todo estaba en penumbras, busqué en mi memoria sobre el número 119. Mi memoria respondió: “El código sagrado 119 canaliza la energía para liberarla de opresores kármicos; enemigos torturadores que hacen ruido día y noche destrozando los nervios. El sonido sumerge a su cónyuge en pesadillas de bipolaridad.  Para desaparecer el ruido repita el código 119, hasta conseguirlo.”

Estoy repitiendo 119. Hay tantos ruidos, al lado, al frente, en la siguiente cuadra. 

Las cantantes siguen entonando el coro que partió en dos cada uno de mis oídos. Es terrible para mí porque ahora oigo demasiado, el ruido me invade cuatro veces más.

Después de tremendo viaje, tuve que cruzar el océano rápidamente y tras la huida repentina, no organicé la fiesta; el salón estaba vacío, no hubo celebración. Los médicos jubilados y el viejo conde no lograron cruzar al continente, caían de sus sueños al océano. Santiago observaba, impávido, como morían uno tras otro, ataviados con sus trajes de coctel. 

Las niñas reían, mezclando sus carcajadas con la horrible canción que continuaban entonando las cantantes en Londres. Santiago se acercó para acariciarlas, mientras las risas se iban tornando en gritos de terror. Los guantes de colores salían de sus pequeñas manos, flotando por el aire dentro de la casa. Su padre no recordaba nada, al ser interrogado por la policía, que encontró cuerpos ocultos bajo las sábanas bordadas con los hilos que cuentan historias. Mientras yo, al fin sin ruido, volvía a sumirme en un profundo sueño.



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