Los ecuatorianos hemos celebrado con profunda emoción las proezas de quienes destacadamente nos representaron en París. Concursar en Juegos Olímpicos es ya del pasado, hoy competimos por preseas de las que solo sus actores vivencialmente conocen del sacrificio engendrado en sus propias entrañas por la búsqueda de la gloria eterna. Los resultados hablan por sí mismos; nuestros medallistas lograron una reivindicación personal frente a las tribulaciones y carencias de un país desahuciado por sus hijos menos llamados para conducirlo.
Nuestros héroes Pintado, Morejón, Yépez, Palacios y Dajomes, en una conmovedora y sin precedentes gesta olímpica, son la infranqueable prueba de todo cuanto un país puede lograr, a través de sus hijos más preclaros, aún en medio de su propia penuria, cuando la determinación vence a la resignación y la esperanza se nutre de coraje. Superlativo, apoteósico, memorable.
Las medallas y el impacto sobre toda una nación demandan una mayor atención para que el futuro económico de nuestros deportistas no dependa del partidismo dirigencial. Lecciones y deberes sobre la participación nacional: 1. Todo es posible a pesar de las adversidades; 2. Lo conseguido es apenas el desafío para superarnos en Los Ángeles 2028; 3. Los dirigentes deben responder a la altura de sus responsabilidades, no por lo conseguido en marcha, lucha libre y halterofilia, sino más bien, por todo aquello que igual se pudo haber logrado en otras disciplinas. ¡Atletas, cúbrannos de esa grandeza que los políticos no pueden producir!