17 septiembre, 2024

El valor de los recuerdos

La historia de amor entre John Lennon y Yoko Ono generó controversia desde su inicio y, con el paso de los años, se han expuesto posturas contradictorias sobre cómo realmente se dieron los hechos. Lo único cierto es que él estaba casado con Cynthia Powell cuando todo comenzó.

En uno de los múltiples reportajes sobre Lennon, se conoció que en el acuerdo de divorcio, se destinó una pequeña cantidad de dinero a Powell, por lo que ella, al poco tiempo quedó en la ruina, razón que la obligó a reajustar su estilo de vida para mantener a su pequeño hijo Julian, de tan solo cinco años. Una de las primeras decisiones que tomó fue vender las cartas y dibujos que el adolescente John le regaló, mientras eran una pareja enamorada. Según testigos, el cantante desbordaba su pasión en sus escritos y terminaba siempre con la frase: «Te amo, Cyn».

Me hubiese gustado ser lectora de las confesiones del artista, ya que yo también escribí y recibí misivas en esa etapa de vida donde el amor no entiende de egoísmos ni rencores solo que, a diferencia de Cynthia, mi determinación por deshacerme de ellas fue incitada por la decepción de una relación infructuosa.

El valor que para ella representaban esos recuerdos estuvo ligado a lo económico, ya que logró venderlos por una significativa cantidad de dinero; en cambio para mí fue desprenderme de palabras escritas desde el corazón, y borrar cualquier vestigio de aquellas promesas adolescentes lanzadas al viento. 

Obviamente, comparar la fama de ambos remitentes sería absurdo porque estaría en gran desventaja, lo único que puedo decir a favor de quien en su momento me escribió con la sinceridad de sus sentimientos, es que su frase final era tan emotiva como la de Lennon.

No puedo imaginar la sorpresa que se llevaría Cynthia, al recibir sus invaluables tesoros por correo, perfectamente enmarcados y con una nota que decía: 

Nunca vendas tus recuerdos
Con cariño, Paul McCartney

Si bien es cierto que McCartney pagó una pequeña fortuna para que Cynthia y su hijo no tuviesen carencias económicas, esa acción fue motivada no solo por el dinero, sino además para preservar esa fracción de tiempo en el que vivieron los fugaces enamorados, creando su propia y única versión de amor, la cual Lennon plasmó en papel; escritos y dibujos que se convertirían en un legado invaluable de recuerdos que, afortunadamente, Cynthia recuperó gracias al noble gesto del compañero artístico y amigo de su exesposo.

En mi caso, la edad, las circunstancias y los sentimientos adversos impidieron valorar aquellas gratas memorias y, aunque la nostalgia se encarga con frecuencia de hacerles justicia, nada ni nadie puede devolverme lo que el fuego redujo a cenizas. 



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Hace pocos días visitando la biblioteca de una entidad particular me fue mostrada una pintura del obispo José Vicente de Silva y Olave. Personaje guayaquileño que yo no conocía. Como llamó mi atención su importancia decidí que siendo nuestro coterráneo debía hacer un artículo para conocimiento de los lectores. Según el crítico de arte que lo analizó, se trata de una obra pictórica del quiteño Antonio Salas Avilés, realizada muy probablemente por un encargo de nuestro gran prócer José Joaquín de Olmedo, vinculado al obispo, no solo familiarmente sino porque en 1794 como Canónigo Magistral de la Catedral de Lima, dirigió sus estudios en la Universidad de San Marcos.

Se trata de las muy pocas obras que se salvaron de los numerosos incendios de Guayaquil, que ha sido conservado en su familia por generaciones. Rodolfo Pérez Pimentel escribe que: “Dicho cuadro estuvo por muchísimos años en la antigua Catedral de Guayaquil hasta que fue destruida en los años 20 para construir la moderna de cemento armado que existe hoy. Isabel María Yerovi de Matheus, presidente del Comité de Damas pro reconstrucción de la Catedral, lo envió a Clemente Pino Ycaza, quien lo lució en su Biblioteca.” Hasta que a su fallecimiento pasó a su hijo Clemente Pino Gómez.

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