16 septiembre, 2024

Después de las actas

Luego de siete años, toparme con Ramiro dentro de un centro comercial en un país tan grande como los Estados Unidos no deja de ser una casualidad por más que la mente se empeñe en hacerlo parecer como algo esotérico que rompe cualquier probabilidad. En mi caso no era la primera vez que sucedía. Me ocurrió en Madrid hace muchos años cuando caminando distraídamente por la Gran Vía me hallé, de pronto, frente a Iraset Páez a quien no veía desde que terminamos el bachillerato. Luego me volvió a pasar en dos ocasiones más. Una de ellas realmente curiosa debido a que se trataba de un compañero de trabajo con quien había hablado apenas unos días atrás en la oficina y a quien volví a ver en una conocida esquina londinense disfrutando sus vacaciones.

Con Ramiro no hablaba desde aquel encuentro en un café del centro de Bogotá, en el mes de marzo del 2020, cuando me hizo aquel perspicaz comentario sobre cómo las pandemias y demás calamidades le venían como anillo al dedo a los gobiernos autocráticos, aunque quizá no tan ingenioso como aquel otro del 2017 en una notaría de Caracas cuando esperando a que nos atendieran le pedí su parecer sobre  un  letrero, pegado en una de sus paredes, en el que podía leerse aquella célebre consigna de la época: Aquí no se habla mal de Chávez. Su respuesta, llena de esa agudeza que a veces permite el cinismo nunca la voy olvidar: “Ciertamente, el cartel prohíbe aquí hablar mal de Chávez; pero no de Maduro”. De modo que traté de aprovechar aquella oportunidad que de nuevo me brindaba el destino con mi punzante amigo y colega. Luego de saludarnos, me explicó que se dirigía a comprar un par de zapatos de color negro estilo bostoniano pues tenía una reunión de trabajo muy importante mañana. Ante mí no disimulada curiosidad me confesó que había cambiado de campo de actuación y que ahora estaba dedicado al negocio de los derechos humanos. Aunque me chocó que los calificara de “negocio” pasé por alto el detalle y le pregunté a qué se debía el cambio, a lo que me contestó que era lo que estaba de moda, que el requerimiento de los servicios de abogados especialistas se había multiplicado en los últimos diez años pues cada día surgían nuevos casos, se detectaban más abusos en los gobiernos de turno, incluso en los tenidos como democráticos, y porque la violación de los derechos inherentes a los seres humanos era cada vez más frecuente. 

Un poco confundido, debo confesarlo, por todo aquello que acababa de escuchar, le pregunté cuál era su opinión sobre lo que ocurría en Venezuela. Me dijo que para él era más de lo mismo, y que la actual era una foto retocada de aquella otra del 2018-2019, aunque con colores más fuertes, imágenes más nítidas, y algunos acercamientos tomados con nueva tecnología de detalles que antes ni siquiera aparecían. «¿Con esto último, te refieres a las actas?», le pregunté. «Bueno, esa es una de las distracciones. Todo el mundo las estaba esperando, pero el plazo legal para hacerlo se venció hace un par de días. Hasta el alto representante de la Unión Europea, Josep Borrell, se cansó de esperarlas, por lo que acaba de declarar que no le reconocerán ninguna legitimidad a Maduro y que será un gobernante de facto», me respondió. «Ese tipo de posicionamiento a quién beneficia a la larga es a Maduro, que es quien está gobernando y seguirá haciéndolo tal como ocurrió en el 2019», observé. «Ya te dije que esto era más de lo mismo. Algo así como una vieja foto de familia con retoques», me recordó. 

 «¿Y en qué fase nos encontramos ahora?», pregunté. «En la de las pos-actas, que algunos prefieren denominar etapa de transición y que al igual que en el 2019 se cree que durará poco. En esta oportunidad la fecha anhelada es el 10 de enero que, de conformidad con la constitución como ya sabes, es la de la juramentación del nuevo presidente», me dijo con cierto tono ceremonioso. «¿Entonces, lo das por hecho?», pregunté con algo de ingenuidad. «Aquí no se puede dar nada por hecho. ¿Recuerdas la foto, y es que siempre hay una, de López y Guaidó tristemente solos en aquel elevado de la autopista Francisco de Miranda? Ese fue el único momento del 2019, uno que nunca más se repitió, un espejismo al final, en que se tuvo la ilusión de que Maduro se había ido o se iba. Ahora mismo, aun cuando la ilusión corresponde a un deseo del corazón más que de otra cosa, ese momento todavía no existe, y llevará algo de tiempo construirlo para hacerlo realidad». «¿Y si no se logra?», volví a preguntar. «Sencillamente se repetirá el proceso de desconocimiento de Maduro, con nuevas sanciones, comercio de petróleo, ayuda china y rusa, etc.», me dijo con frialdad.  

«¿Qué crees que hará la oposición, de reproducirse ese pasado que predices?», dije a modo de pregunta. «Lo de siempre. Unos, ya sabes quienes, continuarán su lucha, a pesar de todo, hasta el final, otros, la mayoría hipócrita, presentarán sus candidaturas, revestidas de institucionalidad democrática, en esa mega elección de gobernadores, alcaldes, diputados, cuerpos legislativos regionales y concejales, que el gobierno de Maduro ya ha anunciado, bajo el pretexto de siempre: que hay que aprovechar cada proceso electoral previsto en la constitución para no dejarle libres todos los espacios al gobierno», me respondió, esta vez con soltura y desfachatez, esa misma a la que me tenía acostumbrado. Iba a preguntarle si pensaba, luego, que Maduro volvería a ganar, permaneciendo en el poder, cuando lo escuché despedirse de mí, sin darme tiempo de nada, con la promesa de llamarme esta noche para ir a cenar y seguir charlando. 

Mientras Ramiro se camuflaba entre el gentío, pensé en la fotografía que él había mencionado y en la posibilidad de repetirse, pero esta vez con otros dos personajes diferentes.

 

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