Hay veces que el refugio es una casa, un lugar físico necesario y cálido donde podemos sentirnos cómodos, amados y libres.
Hay veces que el refugio es un amigo, una persona que nos recibe como estemos, que nos escucha y no nos juzga. Y con quien también podemos experimentar lo mismo: comodidad, amor y libertad.
Hay veces que el refugio es uno mismo. Un rato de soledad, estar en silencio, aislarnos de todos por un lapso de tiempo. Y con quien también podemos sentirnos igual: cómodos, amados y libres.
Hay veces que el refugio es Dios. El que nos conoce profundamente y nos recibe siempre y nos envuelve en su abrazo constante. Y, por supuesto, con quien también podemos percibirnos así: cómodos, amados y libres.
Quizás el refugio tenga más que ver con esas características que con el lugar o la persona. Tal vez el espacio de pertenencia, el abrigo, la acogida, la ayuda, el amparo, el albergue, sean en sí mismos el amor que encontramos y que damos. Y sea ese el refugio que todos necesitamos. Y sea esa la casa a la que queramos volver siempre. Y sea ese amor que nos hace sentir cómodos, que nos ama de manera libre, el lugar que queremos habitar siempre…