El país ha tenido partidos políticos de raigambre y otros de membrete a través de su historia plagada de incertidumbres con ciertos periodos de promisorios horizontes. La personalidad e intereses de los políticos, en definidos casos, acabaron pesando más que las ideologías que acaso alguna vez sustentaron previo a convertirse en caudillos populistas.
Los idearios han sucumbido ante los políticos que evitan encasillarse en una simetría ideológica para obviar todo tipo de compromisos. Las sociedades, buscando resultados, han igual mutado de aquella preferencia por una tendencia única a otra de múltiples vertientes. Este nuevo formato pseudo ideológico sería más acumulador de seguidores y menos restrictivo en conciencias, predominante característica del populismo moderno. La ausencia de una sola ideología como eje de matriz gubernamental ha convertido a los líderes políticos en caciques de sus propios feudos con espacios inexistentes para segundos, creando un gran vacío en estructuras políticas a las que internamente se deba responder para justificar sus liderazgos.
El país deambula por un marcado populismo del que difícilmente se derive un real sistema de partidos políticos cuyas ideologías superen a sus actores. El largo plazo mal puede ser de auspiciosa expectativa sin el liderazgo para asumir los errores del pasado, corregir sus políticas y liderar un derrotero de cambio con sacrificios y buenas prácticas de gobierno. El potencial del país, determinado por el populismo, es la realidad de un pueblo sin futuro.