No hay sociedad, por minimizada culturalmente que esté catalogada, que no muestre cierta huella de vivencia artística de alguno de sus pasos. Con el arte el hombre se ha descubierto a sí mismo en sus potencialidades espirituales. Además, por cierto, en sus avatares sociales, sus subjetividades pueriles, sus resquemores de un misticismo culpable, sus traumas inhumanos del poder…Pero también, y quizás lo más importante, sus esperanzas de ser reconocido en inocencia…
Es que lo artístico ha permitido al ser humano manifestarse libremente y, libremente, encontrarse en el camino de la superación de su yo, para sí, hacia el entorno de los otros. Pero la actividad artística no ha dejado de ser pulseada por una agravante malicia del poder, algo ciento por ciento despreciable incluso para el anarquismo. Un decir con mucha razón sabiendo que el arte es una de las más grandes expresiones de la condición humana.
Con el arte el hombre, al parecer, ha encontrado una forma de liberación posible. ¿Sí? ¿No? Pero en la decisión de apoderarse de ella lleva siglos de esclavo de semejante posibilidad. ¿Qué mismo, entonces, es lo artístico? Para muchos decir arte es decir belleza y la belleza, desde el platonismo, es la “expresión de la bondad del alma…”. Algo que implica, y en profundidad, saber, conocer que mismo es el alma…
Para Nietzsche, valga recordarlo, el arte “es como un remedio contra nosotros mismos, para no perder nada de esa libertad que está en espera de realizar nuestro ideal…”. Como que el arte, lo artístico es, quizás, al margen de todos los tropiezos que aparezcan, el mayor incentivo de la humanización.