No es lo que acontece en México ni tampoco lo que se registra en Cuba, Nicaragua, Venezuela y El Salvador. No es, ni de lejos, lo que sucede en China, Rusia, Bielorrusia, Birmania, Irán o Turquía. Y muchísimo menos, por supuesto, de lo que pasa, por las guerras, en Ucrania, Siria, Afganistán, Líbano, Israel y Palestina. Lo que se registra en Ecuador, respecto de la inseguridad para el libre ejercicio periodístico y de los medios de comunicación social, es de escala menor, pero con peligro inminente de que cada día crezca y, por consiguiente, se torne mucho más riesgoso.
Aun denominados democráticos por la elección popular de sus mandatarios, son muy conocidos los gobernantes que detestan y persiguen las libertades de prensa, de expresión y de opinión, Se trata, en la realidad, de gobiernos totalitarios, identificados con la existencia de medios públicos de comunicación, convertidos en órganos de propaganda del régimen que, regularmente, una vez hecho del poder no lo quiere aflojar nunca. Debe admitirse que al poder en general le incomoda la prensa libre, pero la acepta y la tolera. En cambio, el poder total, dictatorial, hace hasta lo imposible para desaparecerla.
Según el portal de periodismo digital Plan V, un muy peligroso periodo para el ejercicio libre de la prensa en Ecuador fue entre 2007 y 2017. En ese lapso hubo muchas amenazas, agresiones físicas, atentados, detenciones, confiscación de equipos, prohibición de coberturas, censuras obligatorias y hasta asesinatos de periodistas como los de Carlos Navarrete y Raúl Rodríguez, en 2008; Jorge Santana Carbonell, en 2010; Byron Baldeón, en 2012; y, Fausto Valdivieso, en 2013. Esto, sin perjuicio de que se sumen otras víctimas relacionadas con su trabajo periodístico, tales los casos de Pancho Jaime, en 1989; Julio García Romero, en 2005; Javier Ortega, Paul Rivas y Efraín Segarra, en 2018; Gerardo Delgado Olmedo y Mike Cabrera, en 2022; y, Fernando Villavicencio, en agosto de 2023. Añádase los atentados criminales contra Rafael Cuesta, en el 2000 y Lenin Artieda, en 2023, además de la incursión terrorista en TC Televisión, en abril del presente año.
Cierto es y es necesario reconocerlo: en la guerra contra la prensa independiente se ha sumado el crimen organizado en todas sus formas. Sus acciones son descaradas muchas veces y otras las mimetiza o las combina con las del poder político. En fin, lo que parecía casi imposible en “la isla de paz”, en estos tiempos comienza a ser moneda de uso corriente. Recientemente una conocida pareja de periodistas de investigación ha recibido asilo en Canadá. Como ellos, alrededor de una docena más ha recurrido al exilio. ¡Basta de atropellos! ¡Sin libertades no hay patria!