En mi artículo anterior (“Quito, y el resto del país, en manos del terror incendiario”), a través del cual se desprenden evidentes y masivos actos de terror perpetrados en diferentes lugares de nuestro país, mediante actos incendiarios; realicé un análisis desde varias aristas, enfocando dicho grave problema, en lo principal, desde una necesaria y urgente reforma a nuestra ley penal.
En nuestra legislación, los términos contenidos en una nueva ley, sus efectos jurídicos no son de carácter retroactivo, pero las reformas a uno o varios artículos de una ley existente, si son de inmediata aplicación.
En lo personal, y a criterio de una gran mayoría de ecuatorianos, se concluye que la complejidad del problema radica en la escala cultural y social de ciertos individuos que; aún y a pesar de las circunstancias, sobreponen la costumbre al puro espíritu de la ley.
Lo explico mejor: El estado de descomposición de nuestra sociedad; sea aquello al interior y/o al exterior de los espacios culturales y/o políticos, han venido grotescamente generando cambios de extrema peligrosidad, hasta llegar a rebasar límites de tolerancia convivencial. Un ejemplo de aquello es Duran, considerada como una de las ciudades más peligrosas del planeta. Nos invaden las noticias, pero no se ven hasta el momento indicios de verdadero control.
Las últimas generaciones, aproximadamente a partir del año 2000, hasta la fecha, y por efectos del bum tecnológico, lamentablemente identificados con el consumo de Internet, telefonía celular, inteligencia artificial, incluida la música, han hecho de nuestro país un espacio permisible para ejecutar todo tipo de actos reñidos con la moral y los principios.
La delincuencia, el crimen organizado y gran parte del corrupto sector político, estos son: Asesinatos, secuestros, tráfico de estupefacientes, vacunas, actos de peculado, etc, y otro tipo de extorsiones, mantienen sometida a la población.
Pero da la impresión que aquello no ha sido suficiente para satisfacer la desmedida y desproporcionada conducta delincuencial de parte de quienes ejecutan este tipo de aberrantes delitos.
Ahora, a esta espeluznante situación, se suma una nueva modalidad delictiva y perversa, que no es otra cosa que los actos de terror a través de masivos y consecutivos incendios provocados en gran parte por personas, en áreas rurales y urbanas de nuestras ciudades; principalmente en Quito, claro está, sin desconsiderar los efectos de dichos crímenes en ciudades como Cuenca, según la noticia de hoy, 25 de septiembre; destruyendo familias enteras y afectando en sumo grado los espacios físicos, en este caso de Quito, considerados como patrimonio de la humanidad.
Entonces, me pregunto: ¿Qué están esperando los asambleístas respecto de las urgentes reformas a la ley penal con el propósito de mejorar y actualizar el marco normativo que nos rige como un Estado de derechos? ¿Hasta tanto, qué están esperando la Fiscalía y los Jueces respectivos para imponer mano dura a estos crímenes y castigar bajo la figura de terrorismo, y de manera ejemplar, a cada rufián y cómplices responsables?
¿O es que, a través de cómplice silencio, de lamentos y actos de conformismo, nos basta solamente con admirar, por ejemplo, la decidida labor del. presidente Bukele de El Salvador…?
Cito, una vez más, a Edmund Burke:
“Que resulta ser más malo, la maldad de los malos…o el silencio de los buenos…”
Eso, y nada más…