Era el año 1988 cuando la ciudad de Quito era muy linda, cuidada de una forma excelente. Cuando sus alcaldes en ese tiempo la mantenían maravillosamente organizada y a los que nos tocó vivir en esa etapa en la capital, nos dábamos cuenta de lo hermosa que era.
Había colegios excelentes, las personas muy cultas y educadas. Recuerdo en ese tiempo estaban incrementando los colegios, que seguían el régimen de estudios que se seguía en la Costa, motivo para este cambio era que muchas familias de otras latitudes emigraban a la sierra, como se denomina a la parte alta de Ecuador, el clima y costumbres son diferentes a las ciudades de la costa, el clima de la sierra es frío y el clima de la costa es calor unos meses y frío otros.
Las clases en la sierra empiezan en julio y terminan en mayo. Las clases en la costa comienzan en mayo porque el clima es más agradable y terminan en el mes de enero que comienza lluvias y calor insoportable.
Al emigrar a la sierra era mucho problema, sobre todo para las familias que tenían hijos que asistían a escuela o colegio, tenían que perder un año para continuar los estudios. Por lo tanto, al tomar esas medidas el gobierno dio también la libertad de que los planteles que estaban decididos a tener régimen de costa podían hacerlo.
Cuando nos tocó por motivos de trabajo trasladarnos a Quito a vivir, nos fuimos tranquilos porque nuestros hijos podían seguir estudiando el bachillerato el uno y la otra hija la universidad sin retrasarse en sus estudios.
Llegamos a Quito y nuestros hijos continuaron sus estudios el varón en el Liceo Naval y nuestra hija en la universidad. En ese tiempo la educación y formación en dicho establecimiento eran excelente para nosotros como padres nos sentíamos muy bien que nuestro hijo estudiara allí.
Siguió pasando el tiempo nosotros ya estábamos ubicados en un lugar bonito y vivíamos en una casa muy linda. Lo perjudicial era que habitamos en el cuarto piso, pero eso jamás nos molestó, nuestro hijo estaba contento, el expreso del colegio lo pasaba recogiendo y el regreso lo dejaba prácticamente al pie de la casa. Nuestro departamento era sumamente grande y espacioso en la sala y comedor había unos ventanales inmensos, que cuando soplaba el viento parecía que los ventanales se rompían.
Continuó nuestra vida trabajando nosotros y los hijos estudiando.
Fue muy linda la vida que llevamos en Quito.
Viajamos siempre para conocer las provincias aledañas, recuerdo en uno de esos recorridos llegamos a Sangolquí y seguimos hasta el cantón Rumiñahui donde se encuentra ubicada la parroquia Rumipamba, buscamos un lugar donde quedarnos a pasar la noche y nos indicaron la hostería llamada Rumipamba de las rosas. Llegamos allí y vimos que era muy linda las habitaciones muy acogedoras y decidimos quedarnos.
Me llamó la atención ver un cuadro donde hablaban de los Barba y también de Matilde Álvarez Gangotena, unos familiares míos por parte de mi padre, el los solía nombrar porque mi abuela, madre de papá, se llamaba Mercedes Álvarez Barba y yo reconocí esos nombres.
La hostería donde nos alojábamos estaba ubicada en la hacienda que había sido de los Barba. Y, además, ahora que recuerdo, el parque llamado Carolina de Quito, era parte de otra hacienda de Matilde Álvarez, eso también lo tenía en mi memoria. Pero todo eso para mí era como un cuento de los tiempos de la colonia. Supe después que en la hacienda Rumipamba llegaba Bolívar y un séquito de señores de esa época, todo eso nos contaron los actuales dueños de la hostería,
Al otro día nos levantamos, y desayunamos y nos despedimos muy agradecidos por la amabilidad que nos brindaron, y empezó el viaje para regresar a Quito a continuar con nuestra vida cotidiana.
Hubiera deseado tener a mi padre a mi lado para conversarle la historia de la hostería pienso ahora que el conocía el total de la historia.
Todos nos fuimos felices de Rumipamba conocimos cosas de un pasado que jamás hubiéramos sabido digo yo, ¡jamás!
Llegó otro fin de semana y decidimos todos visitar la Iglesia San Francisco. ¿Y por qué está iglesia primero? Teníamos un motivo muy especial, además era una promesa hecha a mi padre cuyo nombre es Armando Arteaga Álvarez.
Cuando supo que viajábamos a Quito me dijo que fuera al lugar donde estaban los restos de su madre y familiares. Le contesté: “claro que si papá, “dígame donde está enterrada y llegamos”.
Aquí culmina la primera parte del recorrido por la capital, Quito.
Lindo relato. Con el paso del tiempo todo cambia ya nada es igual pero quedan grabados los recuerdos vividos. Gracias por compartirlo
Me gustó mucho la historia, recuerdo la ciudad de Quito de aquella época, muy linda.