Los magnates, o quienes presumen serlo, usualmente no poseen los arrestos para conducir un país que no puede ser sometido a mandatos de ganancias corporativas. Las virtudes empresariales son importantes al desarrollo económico nacional y cumplen un rol clave, pero ese aplomo y hasta audacia, no se trasladan necesariamente con éxito a una burocracia estatal cuya esencia no se respalda en el valor de un país. Sería excelente que así lo fuera en Ecuador, pero los testimonios señalan contundentemente lo contrario.
Los revolucionarios de izquierda, empero, no son más que pirañas del sector público del cual se sirven vendiendo esperanza para sus rebaños de marginados sociales. En el caso del país, ya tuvieron su oportunidad, cuánto mal le hicieron, pero quieren volver. Seguro no será para esta vez, en época de calamidad económica, hacer lo que no cumplieron mientras la bonanza petrolera hacía del erario una fuente de despilfarro y corrupción.
Las críticas matizan una latente realidad para la mayoría de ecuatorianos. Las reglas existen, las excepciones también, pero en lo pertinente las evidencias confirman las condiciones a las que estos experimentos han conducido al país. Por tanto, se requiere una visión de mediano a largo plazo con pequeñas victorias de corto alcance que permitan una reconstitución nacional de amplias libertades sociales con crecimiento económico sostenido y bajo el amparo de una sólida seguridad jurídica. La solución claramente no está entre los candidatos culpables y responsables de esta debacle.