21 noviembre, 2024

Las personas más buenas del mundo

Tempus fugit. Un año con las personas más buenas del mundo se fue volando, como suele suceder con aquellos momentos que nos marcan profundamente. El 31 de octubre de este año se cerró un ciclo importante en mi vida profesional: completé mi año de salud rural, o “la rural”, como comúnmente se le llama en Ecuador. Este es el periodo que todo médico debe realizar en el país antes de poder ejercer de manera independiente. Un programa que nació en la década de los 70 y que sigue vigente, aunque con sus controversias. Sin embargo, no quiero enfocarme en los aspectos polémicos de este sistema ni entrar en debates sobre la obligatoriedad de que los profesionales de tercer nivel trabajen como mano de obra para el Estado. Lo que quiero compartir con ustedes es mi experiencia en este año tan significativo, vivida en un lugar donde habitan las personas más buenas del mundo: Durán.

Cuando supe que me habían asignado a hacer la rural en Durán, confieso que no me sentí muy entusiasmado. Había escuchado muchas historias sobre esa ciudad, algunas de ellas no tan inspiradoras. Durán es conocida por su situación de alta inseguridad, y la verdad, al principio temí que mi experiencia fuera más desafiante de lo que imaginaba. Pero decidí darme la oportunidad. Pensé que, si las cosas no funcionaban, siempre podría renunciar. No obstante, lo que viví me cambió por completo. El primer día, llegué al hospital asignado y, en cuanto comenzaron a llegar los pacientes, supe que había tomado la decisión correcta. Durante este año atendí a casi mil pacientes. Mil historias, mil vidas. Cada una de ellas con un trasfondo único, y todas con un hilo común: la humanidad, la fuerza, la resiliencia.

Para proteger la privacidad de esas personas, contaré algunas de sus historias usando nombres ficticios, pero cada uno de ellos, sin excepción, me dejó una enseñanza invaluable.

Empezaré con María, una mujer que nació con parálisis cerebral y es madre de un niño de seis años con autismo. La primera vez que la vi, llegaba con su andador, como si el propio peso de la vida le pesara más que a otros, pero aún así caminaba con un propósito claro: llevar a su hijo al consultorio. Lo que más me impresionó fue la forma en que se dirigía a él, con cariño, con una paciencia infinita. Su hijo, además de tener autismo, enfrenta una discapacidad intelectual, pero María no lo ve con los ojos de la mente. Ella lo ve con los ojos del corazón. Su conexión con él trasciende cualquier limitación, y eso la convierte en una verdadera heroína. A pesar de todas sus propias dificultades, ella nunca deja de luchar por su hijo, y creo firmemente que personas como ella merecen ser reconocidas por su valentía y dedicación.

En la misma línea, está Juana, quien ha dedicado toda su vida al cuidado de su hermana, que padece esquizofrenia desde la adolescencia. Ahora, su hermana tiene 60 años, y Juana sigue siendo su principal apoyo. La primera vez que conocí a Marianita, estaba completamente desconectada de la realidad, no tanto por su enfermedad, sino por los efectos secundarios de los medicamentos que le habían recetado a lo largo de los años. El tratamiento de enfermedades mentales es delicado y debe ser personalizado; no basta con “dormir” al paciente. Juana, con una paciencia infinita, llevó a Marianita a cada consulta para ajustar su tratamiento. Para mí, Juana es otra heroína, un ser lleno de amor y sacrificio por su hermana. Sin duda, su dedicación merece ser conocida y celebrada.

Estas son solo dos de las muchas historias que tuve el privilegio de conocer durante este año en Durán. Podría contar miles de relatos, cada uno más conmovedor que el anterior. Porque Durán es una ciudad que, a pesar de los desafíos, está llena de personas que, a diario, demuestran una bondad indescriptible. Personas que, a pesar de vivir en un contexto de inseguridad y peligrosidad, no dudan en poner en riesgo sus vidas para llevar a sus familiares al hospital. Personas que, a pesar de la adversidad, mantienen una fe inquebrantable en el bien. En Durán, he aprendido que, a pesar de las sombras, la luz de la bondad es mucho más fuerte.

Este año me enseñó algo fundamental: en Ecuador, y especialmente en Durán, son más los buenos que los malos. A veces, solo necesitamos mirar con más atención para darnos cuenta de la grandeza humana que nos rodea.

Quiero dar las gracias, eternamente, a todos los pacientes que me permitieron conocer sus historias, que compartieron sus luchas, sus victorias y sus sueños conmigo. Fue un honor poder intentarlo, aunque solo fuera un intento, ayudarles en su camino. Durán me ha dado más de lo que jamás imaginé recibir. Y, al final, lo que más me quedó claro es que, en este rincón del mundo, viven las personas más buenas que he conocido.

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