La situación de calamidad del Ecuador es innegable y no guarda siquiera apariencias en su diplomacia. La mal llamada Cumbre (Cuenca) desnudó el decrépito nivel de gobernabilidad bajo el cual el país ya no solo es visto por Iberoamérica, es acordemente tratado y por lo evidenciado valemos muy poco.
La ministra Núñez detenta un título universitario que poco le ha servido para discernir sobre un tema que no admite discusión. Quizás un estudiante, y no precisamente de derecho, pudiese haberla auxiliado en determinar que su cartera de Estado no puede suspender a un vicepresidente. ¿Suspendería ahora a seis de los jueces de la Corte Constitucional? Cabe entonces concluir que, si bien el título no influyó en su desvariado proceder, más pesó su obtusa voluntad por alinearse a un régimen que definitivamente no respeta la Constitución. El cuarto de hora de la Núñez llegará a su fin con la trascendencia de una triste recordación por su carencia de talante, personal y profesional, y su subordinación al poder político en desmedro de los supremos intereses del Estado.
La ministra Sommerfeld, en cambio, recoge para sí otro fracaso más en su limitadísimo bagaje diplomático en Najas. Sus desatinos son evidentes y lamentablemente se suman al desprestigio que el país recoge a nivel internacional. Su aporte a la gravitante sustentación del Estado es nulo, pero su improbable renuncia igual no resolvería un recurrente problema de gestión de quién no consigue ver más allá por falta de peso y talla política, y seguro algo más.