Es un limitado de su propia limitación.
Se encuentra corroído bajo la miseria de la estupidez humana.
En psiquiatría existe un cuadro clínico que define a la estupidez relativa como la condición patológica de un estúpido que necesita de otro estúpido relativo para que lo aplauda.
La estupidez relativa y la mediocridad demuestran la presencia de los seres mentalmente estrechos dentro de una sociedad.
Siempre hay mediocres que abanderan a la ineptitud de una población.
Para definir al individuo que posee tales taras de inferioridad y displicencia, imaginémonos al conformista por excelencia.
El mediocre es un cómodo de las circunstancias.
Su indolencia le permite someterse a todo.
En su apatía crónica se encuentra su mejor razón para no protestar contra el abuso.
Es un displicente del sistema.
Su silenciosa cobardía lo hace peligroso.
Por cuidar su propia conveniencia huye de los riesgos que demanda la protesta.
En el miedo está su freno.
Acepta todo lo que le ordenan y con su silencio cómplice permite que lo mantengan sometido en una vergonzosa esclavitud.
Es incapaz de manifestar su inconformidad.
Prefiere agachar la cabeza para obedecer las imposiciones exigidas por el autoritario que lo domina.
En su apatía solo le preocupa su propia conveniencia.
Los mediocres son paupérrimos del intelecto.
Son inútiles que nacieron para vivir arrodillados.
En la conformidad de la no protesta, radica su obediencia impuesta por el miedo.
Viven para ser mandados.
En toda sociedad existe un grupo de mediocres que hace todo lo que se les ordena.
Son dóciles borregos que se someten ante lo absurdo que se les imponga.
Nuestra patria está llena de mediocres.
El pueblo tiene en los conformistas su peor escollo para romper las cadenas del autoritarismo.
En su pusilanimidad cobarde se encuentra la mayor razón de su desidia.
Constituyen la conformidad sumisa de la esclavitud.
Las sociedades sometidas a las arbitrariedades infligidas por el miedo; son mediocres. El alimento del tirano es el silencio del cobarde…