26 noviembre, 2024

Terminar con la aviación comercial Ecuatoriana: ¿Fue una política de estado?

Primero quebró Área, la primera empresa comercial aérea ecuatoriana que traspasó las fronteras patrias con sus aviones. Hacía vuelos a Miami, con escala en el viejo aeropuerto de Panamá.

Luego vino la liquidación de TAME – Transportes Aéreos Militares Ecuatorianos -, que era propiedad de la FAE. Con excelentes pilotos ya retirados de la FAE. Algún vuelo, me tocó una capitana. Cuando oí su voz por los parlantes, me puse algo nervioso, pero el vuelo resultó excelente.

También quebraron Líneas Aéreas Nacionales, que transportaban carga al exterior, sobre todo a los mercados de consumo de los EE.UU.

Luego el turno le tocó a Ecuatoriana de Aviación, la mejor flota aérea del Ecuador y de varios países más desarrollados. Todos los años viajaba a Turquía para realizar su mantenimiento. Para lo cual preparaba unos viajes chárter, a precios económicos. Salía de Quito, hacia Bogotá, las Bahamas, Lisboa, Madrid, Barcelona, Roma, Grecia y finalmente a Ankara. De regreso hacía el mismo trayecto, de suerte que muchos ecuatorianos aprovecharon para visitar a sus amigos, parientes o por turismo.

Luego el turno les tocó a SAN y a SAETA, aerolíneas ecuatorianas. SAETA logró un convenio con Aerolíneas Paraguayas, de suerte que sus pasajeros llegaban directamente a Buenos Aires, Montevideo y Santiago de Chile.

Finalmente, unos empresarios cuencanos formaron Air Cuenca. Quebraron a los seis meses.

Las razones alegadas por las autoridades de aviación ecuatorianas era que la mala administración de tales compañías las llevaba a la quiebra. Viejo cuento que se queda atravesado en la garganta.

Así, «de esta manera», como dice la canción, se favorecieron las compañías aéreas de aviación extranjeras, americanas, chilenas y colombianas, que poco a poco asumían las frecuencias que las empresas nacionales devolvían a las autoridades aéreas ecuatorianas.

Las «maleteras» estaban felices, pues acompañadas de una silla de ruedas, por cuanto se hacían las enfermas, traían gran cantidad de maletas, desde los distintos orígenes donde se trasladaban a comprar.

Fue una etapa triste de la aviación civil ecuatoriana. Se inició además el centralismo aviatorio, por cuanto era obligatorio que hagan escala en Quito. Los pasajeros de Guayaquil tenían que volar a Quito en aerolíneas nacionales para poder viajar al exterior. Así se le fue restando importancia al aeropuerto de la ciudad de Guayaquil.

Así pensaban nuestras autoridades de aviación en el pasado, cuya única misión era construir el nuevo aeropuerto en Tababela, construido en el lugar menos indicado para un aeropuerto, por los vientos fuertes que se desatan en ese lugar, además del costo sobredimensionado que al país le significó la construcción de tal terminal aérea.

Con políticas de Estado como las que hemos indicado en líneas anteriores, no podrá desarrollarse el Ecuador, menos con los lamentables apagones de la actualidad, por la sequía (estiaje), propiciada por la naturaleza. Además, utilizan nuestra gasolina de aviación para sus vuelos, que es más económica que en otros aeropuertos del exterior.

El tema de la quiebra reiterativa de las compañías aéreas nacionales nunca se investigó su verdadera causa. Puede ser que ahora que tenemos buenas autoridades en la Fiscalía, haya alguna investigación al respecto, de las verdaderas causas de sus quiebras y/o liquidaciones.

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El Discípulo

Acostumbrada al término “discípulo” como aquel que es alumno de otro, no he ido más allá de lo que parece un sencillo significado de este término. Hace poco escuché a una profesora de yoga, dar a “discípulo” otra significación. Discípulo no es solo el que aprende de otro o sigue a un maestro. Primero, dijo la profesora, discípulo deriva de la palabra “disciplina”; entonces, para ser un “discípulo” hay que ser disciplinado. A un discípulo lo hace la disciplina. ¿Hemos de ser discípulos de alguien? ¿Seguir a alguien que pueda guiarnos? La profesora de yoga agregó un concepto nuevo a mi diccionario de términos y situaciones, debemos, dijo, ser discípulos de nosotros mismos.

No significa esto que hemos de creernos los omnipotentes maestros de la vida. Es simplemente el hecho de buscar dentro de cada uno lo que ya está impreso en nuestro ser, interiorizar en lo que ya hemos aprendido. Somos un soplo de Dios, y un soplo de Dios debe tener mucha sabiduría. Con las distracciones del mundo, lo olvidamos todo o casi todo y acabamos creyendo que nacemos ignorantes para aprender “muchas cosas” y llenar un cerebro vacio y carente de todo contenido. Pues, no es así.

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