¿Y qué hacemos con el dolor? ¿Dónde lo depositamos? ¿Será que existe una especie de buzón donde podemos dejarlo?
¿Y luego de dejarlo qué? Se acumula con los otros dolores hasta que ya no entran en el buzón.
La puerta ya no cierra y todo explota. Esto pasa cuando no sabemos qué hacer con el dolor.
Existen los dolores físicos, esos que pueden ser perennes, que se sienten como cuchillas, que son insostenibles.
Existen los dolores del alma, esos tienen forma y sobre todo nos dan una sensación de ahogo o tristeza profunda.
El tema se vuelve mucho más complejo cuando el dolor no es propio sino de un ser querido. Un padre, una madre, un hijo, un amigo, la pareja, un hermano/-a.
¿Qué hacer cuando lastiman a los nuestros? ¿Cuál es la mejor manera de proteger y protegernos?
A mí me sirve hablar, hablar del tema hasta quedarme sin respiración, sacar todo lo que siento. A otros les sirven los abrazos, el silencio, el ejercicio o la soledad, rezar, meditar, escribir. Todo esto ayuda a sanar.
Cuando Mi hijo de cuatro años tiene muchas ganas de ir a un lugar utiliza la siguiente frase “mami ya quiero estar”. Y pienso en el poder que tienen estas palabras porque ESTAR no es una tarea fácil, pero sí necesaria. ESTAR definitivamente hace la diferencia y tal vez no cura el dolor, pero sí que lo disminuye.