En épocas de mi niñez, varios eran los juegos infantiles de los que disfrutábamos largas horas con nuestros vecinos del barrio. El preferido era el de las bolas, el pepo y trulo. Luego, el juego de la bola en la tierra y los bolondrones. El trompo también era uno de los juegos preferidos, el de las películas, que eran las cintas de los cines de la época recortadas. También jugábamos a la rayuela, la del gato era la preferida. Todos estos juegos podíamos hacerlos los miércoles, que no había clases en la tarde, después de aprender las lecciones y hacer los deberes de la escuela.
Luego llegaron otros juegos que consistían en coleccionar unas figuritas que venían envueltas en unos caramelos, como «El Limber», que se los pegaba en unos cuadernos. En estas colecciones intervenían hasta las mamás, que alcahueteaban a sus hijos para completar el álbum completo y recibir un premio de la empresa promotora. Igualmente, salieron las colecciones de los jugadores de fútbol.
Así íbamos apreciando y ampliando nuestra relación con nuestros vecinos y compañeros de escuela.
Luego llegaron al Ecuador otros juegos que ampliaban nuestros conocimientos de historia y geografía. Recuerdo «La guerra entre continentes». Luego vino el monopolio.
El monopolio nos permitió valorar lo que es tener una propiedad inmobiliaria, lo que significa tener una renta, lo que significa comprar una casa o tener un hotel como forma para tener un ingreso y asegurar un futuro sin contratiempos económicos, al menos en esas épocas.
Tardíamente, el ajedrez se convirtió en deporte ciencia. Mi padre jugaba ajedrez y me enseñó este juego a los siete años de edad. No era mi fuerte, pero me permitía jugar con mis compañeros de colegio, que algunos de ellos jugaban muy bien. En aquella época, el Colegio Javier quedó campeón intercolegial de ajedrez. Se competía con los colegios fiscales.
Antes del monopolio, que trajo por primera vez impresos los billetes para pagar a los otros contendores, utilizábamos como billetes las cajetillas de cigarrillos, que eran de papel blando, como dinero. Así íbamos formando nuestro “banco de datos” en materia inmobiliaria y nuestros expertices en los negocios. Algunos compañeros míos en el colegio lograron desde muy jóvenes intervenir en el mercado de vehículos usados, arreglarlos y revenderlos en perfectas condiciones. Hicieron dinero aún muy jóvenes y aún antes de graduarse de bachilleres.
Me olvidaba de las damas chinas, que eran con bolas, muy interesantes, y las damas criollas, juego muy popular en los barrios de la ciudad de Guayaquil.
En aquellas épocas era prohibido que los menores de edad ingresen en los casinos, pero en las fiestas locales llegaban las ruletas, que sí lo permitían entre la una de la tarde y las 5, la Policía Nacional se encargaba de hacer ese control.
Todos estos juegos infantiles iban en relación a la edad, pues demandaban de cierto conocimiento y de habilidades que se aprendían con los años. Las bicicletas con rueditas a los costados de las llantas traseras, para no perder el equilibrio, hasta que ya no necesitábamos de ellas y se las sacábamos porque ya éramos «expertos».
Los dirigentes de los barrios guayaquileños solicitaban a las familias acomodadas una contribución para celebrar las fiestas patrias o locales. Eran famosos los palos encebados, las cintas de las madrinas, que estaban colgadas en unos alambres que atravesaban la calle, en las que con un fierrito las sacabas metiéndolas en la argolla para regalárselas a las chicas del barrio, y los famosos partidos de fútbol callejero entre barrios de la ciudad.
Eran épocas muy saludables, donde se respetaba a las señoras y a las jóvenes de las familias, por cuanto ellos enamoraban a las empleadas domésticas. Eran “los matones” del barrio.
Bellas épocas infantiles, hasta llegar al bachillerato, donde las fiestas organizadas en casa y en ciertas ocasiones con cuota, se convirtieron en los lugares más indicados para conocer las chicas y enamorarlas.
Tiempos que pasaron a la historia de la formación de nuestra niñez y de nuestra juventud. Épocas donde, gracias a las serenatas con guitarra, todavía hacían vibrar las emociones de quienes las escuchaban detrás de sus ventanas, pero que aseguraban una aceptación, en el momento que, venciendo el miedo, nos declaramos, esperando el “sí, te acepto”.
Bien por aquellas épocas de nuestra niñez y juventud. Hoy, la electrónica, los celulares y las laptops han modificado totalmente la forma de comunicarse y de enamorarse, pero igualmente se enamoran los chicos, «a su manera», como dice la canción.
Son épocas que nosotros, los ya cercanos a los ochenta, no las vamos a entender como ellos las entienden.
Bien por los viejos tiempos y bien por los nuevos que también tienen sus encantos.
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