Pongamos en contexto el tema que predomina en nuestras culturas machistas.
El llamado síndrome de Estocolmo a nivel laboral, por ejemplo, tiene su origen en un incidente ocurrido en la ciudad de Estocolmo en 1973, cuando un grupo de rehenes decidió no testificar en contra de sus captores.
En términos generales, este fenómeno describe una respuesta psicológica en la que las personas sometidas a maltrato desarrollan un vínculo emocional con quien ejerce el abuso. «Deja que pegue el marido», es increíble, pero sucede.
En el entorno profesional, el miedo generado por ciertos líderes suele manifestarse, en mayor medida, en mandos intermedios. Paradójicamente, estos líderes suelen carecer de verdadero poder, aunque actúan como si lo tuvieran.
Factores que producen el síndrome de Estocolmo a nivel laboral
- La duración y la frecuencia del contacto entre el colaborador y su empleador. Para que este vínculo se mantenga, el tiempo de exposición debe ser prolongado.
- El comportamiento del empleador, quien, a través de pequeños gestos amables, puede generar en el colaborador la percepción de un acto significativo en medio del miedo.
- La manipulación psicológica juega un papel clave. Mediante diversas tácticas, el empleador puede convencer al trabajador de que es su aliado, reforzando la dependencia emocional.
- En ciertos contextos o culturas, los prejuicios machistas llevan a que algunos grupos consideren a los jefes masculinos con mayor autoridad o “peso” que a las jefas femeninas, perpetuando dinámicas de poder desiguales, especialmente en culturas machistas como la cultura mexicana, por ejemplo, dando lugar a denuncias de acoso sexual.
- El papa Francisco afirmaba que: «Nosotros estamos acostumbrados, con esta cultura machista, a tener a la mujer no digo como el perrito o el gato de la casa, pero como un ser humano de segunda categoría, y nos olvidamos de que las que llevan adelante el mundo son las mujeres y, en verdad, son las que mandan.»