Andaba por los quince años
En el colegio era peleonero y generalmente sacaba la cara por los más chicos para pelear contra los más grandes y abusivos.
Como consecuencia de esto, me fracturé el tabique nasal en varias oportunidades.
Por esas cosas raras que tiene el destino, estaba en EEUU y me llevaron a donde un otorrino laringólogo que trabajaba en el mundialmente famoso John Hopkins Hospital.
Programaron mi operación y la misma se llevó a cabo.
Cuando desperté estaba en un cuarto de terapia intensiva. Frente a mí, había un reloj redondo e inmenso que daba la hora.
De pronto llamé a la enfermera en varias oportunidades y obtuve un gran silencio como respuesta.
Sentía y sabía que algo malo me sucedía. Estaba inquieto y respiraba frecuentemente. Tenía una sensación de ahogo que era imparable.
A los pocos minutos de esta desesperación estaba convencido de que iba a morir.
Gritaba desesperado y no podía moverme ya que habían atado mis manos y todo mi cuerpo a la cama. Sentía calambres en la cara y todo el cuerpo, mientras la angustia se había convertido en insoportable.
Lloraba y gritaba, porque estaba seguro de que iba a morir.
A pesar de todos los gritos que daba, nadie me respondía y yo sentía un gran dolor mientras veía como se me retorcían los ojos y especialmente sentía calambres en los dedos de una forma inaguantable e imparable.
De repente caí en cuenta de que mi abdomen estaba hinchado y no podía orinar.
Ya no soportaba más este tormento y quería que la muerte me llegara pronto.
Así transcurrió casi una hora. Ya no podía aguantar más los dolores, la desesperación, los calambres y el abdomen hinchado.
Sin embargo, cuando ya veía doble y nublado, tuve la sensación que me desplazaba flotando hacia un lugar que estaba vacío y se sentía como lejano, semi oscuro, pero muy silencioso, En ese instante entró una enfermera y desesperada llamó a todo un equipo de médicos que vinieron con unas máquinas y me dieron respiración boca a boca, mientras me inyectaban con una aguja grandota el corazón, mientras me daban masajes en mi pecho.
Después de tres horas y al despertarme, vi la tierna y angelical mirada de mi madre, quien me tenía cogida de la mano, mientras me sobaba la cabeza y con una vos que parecía a un ángel me decía: todo va a estar bien, ya pasó todo.
A los tres días salí del hospital con un yeso en mi nariz.
Había tenido un Shock anafiláctico de muerte, por reacción alérgica a un medicamente antibiótico que me habían puesto.
Ahora después de tantos años que han pasado, recuerdo mi desesperación como si fuera hoy.
Esta ha sido la situación más dura y torturante que he vivido.
Cuando pasó todo y analicé lo sucedido, llegué a la conclusión que este suceso, en lugar de deprimirme, me hiso mucho más fuerte y poderoso frente a los retos que me ha puesto la vida.
Después de la agonía incuantificable y el tormento inmedible que viví, regresé al Ecuador y seguí peleando contra los más grandotes, como si nada me hubiera sucedido.