La izquierda nunca ha funcionado en el poder, excepto creando más pobres, aunque siempre pregonando una encubierta esperanza por mejores días que nunca llegan. Esa izquierda subsiste latente en la palestra electoral, no por el éxito de sus tesis, sino por la acrecentada cifra de marginales producidos y por una derecha oblicua que en sus efímeros pasos por el mando tampoco pudo desvanecer a los zurdos. Aquellos radicales enarbolan hoy el populismo de la ilusión para intentar nuevamente gobernar, pero sin una real intención por revertir esta suerte de desgracia sobre un mercadillo plagado de desposeídos electores.
Estos alienados sociales, privados de educación y libertades, serán manipulados en la vorágine de un pensamiento estatizante que solo conduce a mayores carencias. Nada, absolutamente nada, podrá revertir la pobreza nacional sin crecimiento económico. Sin embargo, siendo el implícito problema de la izquierda que sus tesis políticas se contraponen a la aplicación de los más elementales preceptos económicos necesarios para revertir su subyacente proceso de pobretización, la suerte del país parecería consumarse tal cual el derrotero de un portacontenedores sin destino, carente de brújula, gradualmente perdiendo su carga más preciada.
La inflexión está marcada electoralmente por una democracia sin redención y por el hastío social hacia una casta política que no ha servido, solo se ha servido, a cuestas del infortunio de toda una nación. ¿Implosión? La tregua del tiempo no es infinita, peor sin resultados.
