14 enero, 2025

Hacia una “pedagogía del cuidado”

En el debate contemporáneo sobre la educación, el concepto “cuidado” se posiciona, luego de la pandemia COVID-19,  como un eje fundamental para reflexionar y actuar sobre los retos que enfrenta el sistema educativo.  La pedagogía del cuidado, como lo veremos más adelante, no se reduce a tan solo un mero asistencialismo, sino que constituye el núcleo del acto de educar.  Y que hoy debe ser tomado muy en cuenta, quizá con mayor importancia en la tarea de la enseñanza.  Es el momento de reivindicar la pedagogía de cuidado como un factor que en estos momentos redifine la ética pedagógica y la práctica educativa.

Pero vamos por partes. 

La palabra «cuidado» proviene del término latino “cuidare/curare”. Y su significado inmediato opera como un aviso, prestar atención o disposición de alerta ante un peligro inminente (Alba Martín, 2015).  Si escarbamos un poco más, el término “curare” hunde sus raíces en “cogitare”, que significa pensar o discurrir (Bárcia, sf).  Si emparentamos estos dos significados se podría decir, sin temor a equivocarnos que “cuidar” se refiere a una serie acciones, disposiciones y gestos que se enfocan en “prestar atención” y que implica a su vez, “pensar  en el otro”.  Si están de acuerdo conmigo, la pedagogía del cuidado, más que enseñar cualquier que cosa que se pueda aprender, es estar estar atento, disponible, aguardar al otro, darle tiempo y, por su puesto, también protegerlo.

Y es que si hacemos un breve repaso por la historia de la educación, podemos observar que siempre educar ha sido un conjunto de operaciones sociales, religiosas, políticas, económicas destinadas a rescatar, acoger, formar y moldear al ser humano desde que nace para integrarlo en la gran comunidad que llamamos civilización. Así lo formula Brailovsky, al afirmar que la pedagogía del cuidado constituye un sustento ético indispensable que subyace en toda acción educativa. 

La pedagogía del cuidado no implica solamente proteger al sujeto educable de un entorno adverso, agresivo, injusto y egoista, sino también preparar el mundo para recibir a estos nuevos sujetos que transforman y son transformados por su realidad. El cuidado también se manifiesta en la conservación del futuro deseado, construyendo un puente entre la protección del presente y la promesa de un porvenir mejor. Este doble movimiento refleja el amor del educador hacia el niño o joven y hacia el mundo que el educador le entrega (Masschelein y Simons, 2014).  De eso trata, la tarea de educar, compartir pedagógicamente lo mejor de la cultura con responsabilidad intergeneracional.

El cuidado y la enseñanza conviven y se complementan. En las aulas, el cuidado no debe reducirse a acciones mecánicas, como «cumplir» con las tareas diarias. Al contrario, debe arraigarse en un ethos que reconozca al estudiante como sujeto y no como objeto del proceso educativo. A veces las tendencias pedagógicas actuales, centradas en la transmisibilidad y tecnologización del aprendizaje, “descuidan el cuidado”.  Una de las lecciones más duras que sacamos de la pandemia fue precisamente la necesidad de dar al cuidado su lugar central en la praxis pedagógica.

Quizá en las ciencias de la salud también podemos hallar algunos elementos que pueden enriquecer nuestra reflexión.  Por ejemplo en la enfermería, el cuidado no se limita a seguir mecanicamente un protocolo. El cuidado hospitalario requiere sensibilidad y observación más allá de los diagnósticos estandarizados. De la misma manera, el acto de educar exige una atención personalizada que contemple las singularidades de cada estudiante. De este modo, el cuidado se transforma en un gesto educativo en sí mismo, capaz de transmitir valores, confianza y humanidad.

Lamentablemente, el cuidado ha sido frecuentemente reducido a una actividad asistencial desvinculada de la enseñanza. Este falso divorcio ha posicionado la idea de que lo pedagógico y lo asistencial son esferas separadas, negando así la profunda conexión que existe entre ambas. Como resultado, la pedagogía del cuidado ha sido minimizada en el quehacer educativo, relegada a un plano secundario en lugar de ocupar el lugar central que merece. Esta separación responde, en gran medida, a una lógica eficientista y mercantil que busca legitimar la educación formal desvinculándola de su dimensión social y ética. Tal perspectiva no solo limita la comprensión de la educación como un acto integral, sino que también despoja al cuidado de su papel esencial como parte de la formación educativa.  Cuidar y enseñar son inseparables.

Es imposible ignorar las consecuencias de esta separación, especialmente en un contexto donde la violencia y las agresiones sexuales proliferan, cometidas por grupos delincuenciales, fuerzas del orden, instituciones religiosas e incluso dentro de las familias. Enseñar es, en su esencia más profunda, también cuidar. Proteger y atender las necesidades físicas, emocionales y éticas de los estudiantes es una responsabilidad ineludible de la educación. Sin cuidado, enseñar pierde su humanidad; y sin enseñanza, cuidar pierde su propósito transformador.   El cuidado es, entonces, el corazón mismo de la educación, es una necesidad de nuestro tiempo y una promesa de futuro que vale la pena reivindicar.

Trabajos citados:

Alba Martín, R. (2015). El Concepto de cuidado a lo largo de la Historia. Cultura de los Cuidados (Edición digital), 19, 41. Disponible en: http://dx.doi.org/10.14198/cuid.2015.41.12> 

Bárcia, R. (1880-1883). Primer diccionario general etimológico de la lengua española. Madrid.

Brailovsky, D. (2019). Pedagogía (entre paréntisis). Novoeduc libros. Buenos Aires.

Masschelein, J. Simons, M. Defensa de la Escuela: Una cuestión pública. Miño y Dávila. Madrid.

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