Son los últimos días de enero y, por momentos, siento que no puedo seguir la dinámica que el tiempo impone en la modernidad. Atrás quedaron las celebraciones de Navidad, Fin de Año, Día de Reyes, y nos encontramos a las puertas de San Valentín, donde debemos encontrar una manera diferente que evidencie el amor hacia nuestros seres queridos, seguido del tan esperado Carnaval, feriado en el cual se supone disipamos el estrés, o al menos, lo intentamos.
Al decir «lo intentamos», me refiero a que dentro de Ecuador es imposible viajar sin sentir ese temor por la inseguridad imperante. Al menos, es una preocupación personal e imagino que la de otros ecuatorianos conscientes de nuestra realidad.
Cuando este sentimiento paraliza muchas de las cosas que quiero realizar, recuerdo que leí un breve hilo en X del usuario Catholic Link.
«Dios nos recuerda, constantemente, que no debemos temer, y que en medio de nuestras dudas y momentos de soledad, su palabra es el refugio que necesitamos.»
También se afirma en esa cuenta que la frase No temas se repite 365 veces en la Biblia, dato que no puedo corroborar, puesto que la misma ha sido mi lectura pendiente en su totalidad; máximo he llegado a unos Salmos, algo del Génesis, obligada por las tareas religiosas en la época estudiantil, y por curiosidad, algunos párrafos del Apocalipsis, como para saber cuán cerca estamos del anunciado fin del mundo.
En un artículo anterior mencioné el tema sobre la manipulación que ejercen los gobernantes sobre la ciudadanía. No profundicé en ello, ya que no es un ámbito en el que me haya especializado, pero sí he leído y escuchado a los expertos. Y aunque se aplican varias técnicas, considero que la más perversa es la implementación del miedo.
No quiero decir con esto que lo que sucede en Ecuador sea exagerado. No, al contrario, ocurre mucho más de lo que conoce la ciudadanía, pero como pasamos entretenidos entre feriado y feriado, lo realmente importante pasa desapercibido.
El miedo al que me refiero es diferente: ese que la figura de poder crea sobre sí. El papel de gobernante debe ser perfectamente diseñado para que todas sus banalidades y excentricidades sean aceptadas y justificadas.
La imagen del Yo prevalece sobre las necesidades reales de un pueblo, al que miden a diario con los reiterados efectos de shock. De esta manera, el ciudadano común piensa que las soluciones a las diferentes crisis (una que otra creada para beneficio económico personal) serán dadas por ese ser que ejerce supremacía. Por ende, hay que temer a toda la estructura de poder, porque tiene las herramientas suficientes para provocar daños a terceros.
La historia ha demostrado que ese juego perverso, como lo es la manipulación del miedo, siempre será un buen negocio. Es hora de que los ciudadanos lean más y sean menos indiferentes, porque en algún instante se debe romper el círculo vicioso de la debacle social, moral y económica de este país.