A finales de 2024, se marcaba el fin de una vida llena de sacrificios y amor. La marcha acelerada de una vida tranquila y sana decidía pausar todo. Decidía, con la sonrisa puesta, tomar un descanso, con la mirada al cielo, recitando las plegarias enseñadas por sus tutores. Así, mi tía Liz nos enseñaba el camino hacia la paz perpetua.
En el último trimestre del año, nos visitó en nuestro centro de imágenes mi tía Liz, acompañada por sus hermanos y mi tía abuela Olga (una de las personas más buenas que he conocido). Cuando los vi llegar, la primera impresión que me vino fue del pasado, de cómo yo la veía cuando era pequeño: una mujer bien blanca, de contextura delgada, de un caminar pausado, de palabras cortas, de un aura religiosa y, lo más importante, siempre preocupada por mí y los demás. Además, no podría dejar de mencionar su amor por nuestro equipo, Barcelona Sporting Club.
Al regresar al presente, unas lágrimas me recorrieron; era imposible no recordar también el momento en que visité con mi hermana Lidia a mi tío Juan (hermano de mi padre). Las mismas lágrimas decidieron soltar lo más humano: la empatía. Tenían el mismo aspecto. La vida nos abandonaba; ahí quedaban los momentos vividos. El mal desaparecía, las tragedias se convertían en mares de experiencias alegres; solo el bien envolvía a esos seres. La muerte, la inevitable muerte, transforma a quien toque en un ser superior, quien vuela sin problema con los estándares más altos de divinidad.
Ahí estaba mi querida tía Liz. Venía con un aspecto diferente; una sombra perseguía su caminar pausado, la cara de quien lo dio todo, de quien no quería decir que sufría en silencio, de que el dolor estaba arraigado en ella. En mis libros, una santa en vida. El dolor, como dicen las Hermanas de la Caridad, es una oportunidad para acercarse a quien en vida mi tía Liz adoró: a Jesús. Por ende, como Jesús lo hizo en la cruz, era una gran oportunidad para la santidad.
Al salir, luego de hacerle los exámenes con mi padre, el diagnóstico era determinante. El camino parecía marcado; era hora de actuar, pero la mirada de mi tía Liz me lo decía todo: la pausa y el amor eran la cura.
Mis últimas palabras con ella, vía chat, me comentó: «Estoy bien, con el ánimo en alto. Esperando y confiando en Dios».
Gracias, tía.
Hermoso mijito gracias ❤️
Muy cierto, una santa en vida. Ella está con Dios y está feliz al saber que dejó huellas en quienes la conocimos y la llegamos a querer mucho.