22 marzo, 2025

Resiliencia: De la fortaleza personal a la estrategia de poder

Diez años después del atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001, el presidente Obama pronunció un discurso en Shanksville, Pensilvania, titulado “Estos últimos 10 años cuentan la historia de nuestra resiliencia”. Hace pocos días, hemos sido testigos excepcionales de la celada contra Zelensky en el Despacho Oval de la Casa Blanca, donde se buscó que firmara la sumisión de Ucrania y que el gobierno de Trump extrajera el 50% de los minerales “raros” en plena ofensiva de Rusia contra ese diezmado país. Muy ingenuamente, se podría decir que los ucranianos son un pueblo resiliente.  Y es que la resiliencia, un término que alguna vez tuvo un uso técnico específico, ha evolucionado rápidamente hasta convertirse en una palabra de moda, repetida hasta el desgaste. Su influencia abarca desde la educación y la cultura hasta la economía y la política. Hoy, este concepto exige ser objeto de un análisis crítico, no solo para comprender su verdadero alcance, sino también para cuestionar los usos ideológicos que lo han desvirtuado. Este texto busca aportar a esa reflexión, invitando a un debate necesario y profundo sobre su significado y sus implicaciones.

Pero empecemos por el principio. En su sentido etimológico, el verbo latino resilire alude a la dinámica de “regresar bruscamente”, “rebotar” y, por extensión, “retirarse” y “contraerse”. Indica principalmente el rebote de un objeto, pero también, en general, algunas características internas de los cuerpos ligadas a la elasticidad, como la capacidad de absorber la energía de los impactos, contrayéndose y volviendo a su forma original. La resiliencia, como concepto, proviene de la física y representa lo opuesto a la fragilidad; expresa una relación entre la tensión ejercida sobre un cuerpo, la deformación y la capacidad de retomar la forma inicial (Fingermann, 2009).

A diferencia de la fragilidad, la resiliencia de un objeto hace referencia a su capacidad de asumir, después de un impacto, su forma inicial, sin roturas, sin quebrarse. Este concepto, trasladado en una primera instancia a la relación sujeto-objeto, es el atributo de permanecer siendo él mismo, sin romperse, sin corromperse, siendo fiel a sí mismo frente a la intervención de un agente externo. En una segunda instancia, aplicable a otros sujetos y acontecimientos, la resiliencia es la capacidad del sujeto de resistir ante las dificultades y los acontecimientos negativos, soportándolos e impidiendo que lo destruyan o incluso que lo “deformen”, convirtiéndolo en algo distinto de lo que era originalmente. Los especialistas en el concepto, como Fusaro (2024), Cyrulnik (2002) y Borrello (2000), explican que, en su aplicación al ámbito humano, la resiliencia se basa en un doble y sinérgico movimiento de adaptación. Marie Anaut (2005), en su estudio “La resiliencia: Superar los traumas”, identifica la esencia de este doble movimiento:  

a) la capacidad de desarrollo normal a pesar del trauma, y  

b) el renacimiento del sujeto después del trauma mismo.

Una de las metáforas más utilizadas para entender el concepto de resiliencia es la cicatriz, o mejor dicho, el proceso que conlleva llevar en la piel una herida cicatrizada. Es decir, el proceso que lleva a cabo el ser humano ante las heridas y el sufrimiento para renovarse positivamente según su plan de vida. Resiliente es, por tanto, el sujeto que, como un metal sólido, se adapta a los traumas externos sin perder su forma, continuando «funcionando» como antes. A diferencia del metal, que solo vuelve a su forma original, el sujeto resiliente evoluciona, cicatriza, madura, convirtiéndose finalmente, gracias a la elaboración y resistencia al trauma, en alguien más de lo que era al principio. Así entendido, la herida o el golpe pasa a desempeñar una función a veces beneficiosa para la maduración del sujeto. Hoy se habla hasta el hartazgo de resiliencia, y el término ha pasado rápidamente del estatus puramente técnico a una nueva palabra clave, de moda, omnipresente y desgastada, capaz de afectar la educación, la cultura, la economía y, obviamente, la política. Me parece que, junto a otros conceptos de moda, también pide ser sometido a los lentes de la crítica.

Retomando lo ya señalado, la palabra resiliencia comienza a convertirse en el pilar conceptual de la nueva sociedad adaptativa, llamada a volverse flexible y líquida, elástica y maleable respecto de la dinámica del mercado y de las ideologías. La exhortación para volvernos resilientes como individuos, como pueblos y naciones, pero sobre todo como clases subordinadas, convierte a estas en el «aguante del mundo» frente a las oscuras asimetrías que el nuevo capitalismo totalitario dicta en todo lugar y contexto (Fusaro, 2024). La presencia, entonces, del término “resiliencia” alude directamente a la necesidad imperativa de adaptarse a los movimientos desordenados y, a veces, fatales de los mercados, de los políticos y de las potencias mundiales. Ante estas “bestias”, en lugar de intentar cambiar el orden de las cosas, hay que encontrar la fuerza para sufrir los impactos dolorosos pero inevitables, permaneciendo indeformables, según el significado metalúrgico original del término. Dicho de otra manera, hay que ser fuerte, aguantar, sufrir en silencio, encontrando en la resiliencia la capacidad de tolerar una situación (explotación y desigualdad, desalarización y empobrecimiento) que de otro modo sería inaceptable. En pocas palabras, hay que convertirnos en sujetos “adaptables”, encontrando dentro de nosotros mismos la fuerza para soportar los efectos de un nuevo capitalismo emergente, opaco, que favorece el monopolio, la rentabilidad del capital y la exclusión (Case y Deaton, 2020).

Aquí es necesario aclarar inmediatamente dos cosas para evitar malentendidos. La primera, que el concepto de resiliencia, tal como lo utilizan los psicólogos, incluso con excelentes resultados, como estrategia ante duelos, desastres naturales, enfermedades incurables o mutilaciones, no es ideológico. Es, por así decirlo, una muestra del “buen uso” de la resiliencia, que se distingue de las perniciosas repercusiones ideológicas que prevalecen en la actualidad. Y la segunda, que no estoy en contra del capitalismo, sino de aquel capitalismo que no se cimenta en la libre competencia, la libre empresa, el comercio justo, la innovación y la equidad.

Pero el “mal uso” del concepto de marras nos enseña a transformar una experiencia dolorosa en aprendizaje, con la consecuencia de que el sujeto impactado por el trauma estaría estrictamente obligado a no luchar contra él, sino a celebrarlo como una oportunidad preciosa, como una ostra ante el grano de arena que ha entrado sin querer en sus espacios protegidos, para convertirse en una perla. En este sentido, la resiliencia se erige como virtud civil y expresión del nuevo orden mental basado en la capacidad del sujeto de “autorrepararse” después de un «daño» y, por tanto, de reorganizar positivamente su vida, sin darse por vencido y, sobre todo, sin pensar jamás que la responsabilidad de ese daño podría recaer en otro o en otros. Y es que los poderes dominantes no pueden tolerar la existencia de sujetos insubordinados, inconformistas y, posiblemente, incluso revolucionarios (Kashdan, 2017). En cambio, esperan subjetividades resilientes y, por tanto, pasivas e infinitamente disponibles, en clave subordinada, gestionadas únicamente desde arriba. Y esta, en resumen, es la función social, económica y política de la resiliencia en el contexto de las relaciones de poder.

Al adherirse al nuevo mandamiento de la resiliencia, las masas explotadas eligen el camino de la adaptación flexible, de la aceptación de lo inaceptable, de individuos que se creen ciudadanos globales, pero son sirvientes resilientes, de seres humanos satisfechos en una sociedad insatisfecha, que gozan de la paz y la tranquilidad, pero la de los derrotados.  Que no nos confundan: la resiliencia no debería ser una invitación a la pasividad ni un mandato de conformidad. Más bien, debería ser nuestra capacidad de resistir, de transformar el dolor en fuerza y de convertir las cicatrices en señales que guíen hacia un futuro más justo, donde la resiliencia no sea el refugio de los oprimidos, sino el motor de los que se atreven a cambiarlo todo.

Fuentes citadas:

Anaut, M. (2005). La resiliencia: Superar los traumas. Barcelona: Gedisa.

Borrello, E. (2000). Resiliencia: Descubriendo las propias fortalezas. Buenos Aires: Lumen.

Case, A., y Deaton, A. (2020). Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo. Barcelona: Ariel.

Cyrulnik, B. (2002). Los patitos feos: La resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida. Barcelona: Gedisa.

Fingermann, H. (2009). Concepto de resiliencia. DeConceptos.com. Actualizado el 30 de marzo de 2020. Recuperado de [https://deconceptos.com/ciencias-naturales/resiliencia](https://deconceptos.com/ciencias-naturales/resiliencia)

Fusaro, D. (2024). Odio la resiliencia: Contra la mística del aguante. Ediciones de Intervención Cultural.

Kashdan, T. (2017). El arte de llevar la contraria. Barcelona: Ariel.

1 comentario

  1. Es en efecto importante reflexionar profundamente sobre el significado y el sentido de las palabras. El concepto de resiliencia, mal comprendido o manipulado, puede perder su valor. Me gustó la imagen de la cicatriz, entre otras cosas como un trofeo y un recordatorio. El cuidado físico y emocional, propio y de los demás, debe ser desde la educación un objetivo que favorece la resiliencia.

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