El accionar de Trump deja entrever que no intentará enmendar la Constitución en pos de un tercer mandato que requeriría un largo, desgastante y engorroso proceso tanto en el Congreso como en las legislaturas estatales. Por consiguiente, siendo este su último periodo sin rendición de cuentas, excepto en las elecciones intermedias y para la historia, es evidente que Trump se enfrenta al tiempo como su principal escollo para consumar un estado de grandeza política usando a los Estados Unidos como su punta de lanza. Siempre primero él, claro.
Resulta virtualmente imposible predecir las políticas o proyectar resultados provenientes de las iniciativas de Trump. Los mercados, sin embargo, adecúan sus posturas a un omnipresente factor de alta volatilidad, respondiendo concordante y simétricamente en línea con la presunta racionalidad y propiedad de la verdad y la razón de Trump en cualquier escenario geopolítico. La incertidumbre de su mandato, por tanto, será globalmente contrarrestada con la asunción de una crítica austeridad, menores riesgos y mayor proteccionismo, por sus antiguos socios comerciales y estratégicos. En consecuencia, el mundo está lejos de una expansión económica, más cerca de restricciones financieras y al alcance de una recesión, cuyo nivel dependerá del propio histrionismo de Trump. Los aranceles son, por ahora, su arma escogida para posicionar un inequívoco mensaje pro supremacía estadounidense mientras se yergue triunfador, sin haber sido aún puesto a prueba, de un conflicto sin razón ni ganadores.