22 abril, 2025

Vargas Llosa y su encuentro con el verdadero Pantaleón

El insigne Tomás Pantaleón i Tapia fue un gran maestro que estoicamente vivió para la literatura sin cosechar mayores réditos económicos. Alguna vez se levantó airadamente de su escritorio por el atrevimiento de González al solicitar un texto de consulta y con la autoridad del consumado poeta frente a sus colegiales alumnos exclamó: “Yo soy el libro”. ¡Y vaya que lo era! Pantaleón casi renunció a la cátedra luego de llamar varias veces la atención de Salcedo en procura de su cuaderno. Luego de ponerse de pie, irreverentemente, Salcedo respondió con absoluto desparpajo: “Yo soy el cuaderno”.

Conocer personalmente al erudito letrado Vargas Llosa hubiese sido todo un privilegio, pero su obra de 60 y más años dentro de una sociedad completamente informada permitió comprender al personaje más allá de sus libros y el contexto de su universalidad. El precio pagado por conquistar el mundo de las letras finalmente se ha rendido a la vida misma permitiendo a más de un lector tener cuando menos un distante acercamiento hacia un culto y colosal escritor que hizo de la literatura su bastión y trinchera.

Pantaleón fue un fervoroso creyente cuya obscuridad sexual no le impidió procurar el hábito sacerdotal con el que encontró la muerte. Vargas Llosa, empero, fue un agnóstico convencido de la existencia de un más allá puesto que la vida no debería disiparse así nomás. Sin duda vidas dispares, propias de un existencialismo curtido también por un destino formado en letras, sin rendición de cuentas, salvo la evocación de sus legados.



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