Es curioso como la memoria más próxima puede dejar una impresión lejana y desdibujar la imagen que solo al recuerdo completo pertenece. Algo similar ocurre con el nuevo Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, quien es quizás más conocido entre las nuevas generaciones por haber sido el candidato a la presidencia del Perú que perdió con Fujimori, que por su estupenda obra literaria. O por no haber sido siempre de izquierda, lo que en Latinoamérica supone casi una contradicción con la del oficio de escritor.
Comencé a leer a Vargas Llosa por allá por la década de los sesenta, a finales, de la mano de Laura Antillano quien me prestó un ejemplar de “La Ciudad y los Perros”, al que seguiría otro de “La Casa Verde”. En esa época de búsquedas y descubrimientos literarios leíamos de todo, por lo que las novelas del joven escritor peruano fueron alternadas con la poética prosa de un “Retrato de un artista cachorro”, de Dylan Thomas, o con la de Alain Robbe Grillet, uno de los máximos representantes del nouveau roman francès o “nueva novela”. Fue también la época del “Señor Presidente” de Asturias, de Rulfo, de Carpentier, de Sábato y por supuesto de Onetti y también de Borges, aunque la prosa del gran escritor argentino nunca me llegó del todo, tal vez por parecerme demasiado calculada y por ende, menos natural que la de García Márquez, Cortázar, o el propio Vargas Llosa. Ese “boom latinoamericano” que amplió los horizontes de la literatura en lengua española a otras latitudes y culturas, dándole una dimensión mundial, ya presagiaba algunos premios Nóbel dentro de sus filas; sus escritores estaban predestinados y era inevitable. No en balde, ni por casualidad, aquella primera gran novela, del entonces joven escritor peruano, “La Ciudad y los Perros” que trataba con una nueva propuesta narrativa, las experiencias de los estudiantes de un liceo militar peruano, fue ganadora del prestigioso premio Biblioteca Breve en 1962 y dos años después con el de la Crítica española. La historia lo confirmaría posteriormente y Mario Vargas Llosa en el 2010 seguiría el camino andado por Gabriela Mistral, Miguel Ángel Asturias, Octavio Paz, Gabriel García Márquez y Pablo Neruda.
La obra literaria de Vargas Llosa, es una de las más prolíficas del continente, y más que merecedora del Premio Nóbel; en ella sobresalen sus novelas, algunas de las cuales como “Pantaleón y las Visitadoras” o “La Fiesta del Chivo”, han sido llevadas al cine. Sin embargo, no se limita a este género, pues su necesidad de expresarse en otros estilos literarios lo lleva a escribir obras de teatro, ensayos y artículos. En una entrevista reciente a una pregunta sobre cual era la nacionalidad del premio que acababa de serle anunciado, y que hacía referencia a su doble nacionalidad peruano-española, está última adquirida en 1993, el escritor contestó “Yo le puedo agradecer a mi país, a lo que yo soy, el ser un escritor. El Perú me ha dado las experiencias básicas de todo lo que he escrito. El Perú es parte de mi mismo”. Y es que el escritor empieza siempre por contar para si mismo y después para los demás, los hechos vitales que lo rodean, la materia prima, está ahí, en un suburbio de Lima, en un olvidado pueblito de la geografía colombiana, en una calle neoyorquina o en cualquier parte; luego él viene y los captura con su palabra, para trascenderlos, para convertirlos en imágenes, expresiones y sentimientos universales.
Mario Vargas Llosa es el último de lo mohicanos, de una pléyade de escritores que cautivo al mundo en los años sesenta y setenta, principalmente, pero que todavía está activo y del que podemos esperar aún obras importantes como quizás lo sea “El Sueño del Celta”, a la venta el próximo noviembre. Solo basta esperar, quien, de entre las nuevas generaciones de escritores latinoamericanos, se atreverá a recoger su testigo.
* Este artículo fue publicado originalmente en octubre del año 2010 luego de recibir el Nobel el escritor peruano, fallecido ayer, 13 de abril.