Que orgullo ser guayaquileño.
Quiero dejar atrás mis quejas por el pésimo servicio que recibí con mi esposa en Quito el mes de diciembre del año anterior, en una tradicional pizzería que se jactaba de cumplir más de 25 años de existencia, o del dolor de cabeza que pasamos buscando donde parquear para poder merendar en un restaurant o que te atiendan con un mínimo de respeto y decencia en Salinas en este feriado, porque ayer, aunque lo que sucedió fue una tragedia para quienes vivían en ese predio, me dio un hálito de esperanza, y me permitió vislumbrar, que unidos se puede franquear cualquier barrera, y que en los instantes de penuria, los guayaquileños somos solidarios y nos convertimos en una sola persona, en la búsqueda del bienestar para los hermanos más necesitados.