Nuestros Historiadores – II
Para las primeras décadas del siglo XIX, Guayaquil se había convertido en la ciudad más próspera de la Audiencia de Quito y la que más exportaba. En ella se encontraban los empresarios más ricos e importantes. Atrás había quedado el esplendor de las ciudades serranas que vivían una devastadora depresión económica desde fines del siglo XVIII. En 1790, Juan Antonio Mon y Velarde, Visitador, envió un informe al Rey sobre el deplorable estado de las ciudades de la región andina, especialmente de Quito. En su extenso informe menciona que habiendo sido esa ciudad una de las más ricas de América “…se ve hoy llena de ruinas que causan error verlas, dando un espantoso testimonio de su pasada opulencia…”. Se refiere a que los pocos negocios que hay “…caminan a su decadencia…”Agrega: “…en el curso de doce años no se ha fomentado ningún nuevo ramo de industrias…los trapiches se han disipado, los ganados perecidos por las pestes…” Si así eran las precarias condiciones económicas de Quito y demás ciudades de la sierra, era evidente que el principal aporte económico para financiar las guerras de la Independencia tendría que provenir de Guayaquil, como efectivamente sucedió. Los fanáticos de Bolívar se olvidan las duras expresiones de él contra los quiteños, por no ayudarlo financieramente como sí lo hacían los guayaquileños.